Por Sol Linares
sol.linares.r@gmail.com
Sólo los imbéciles pueden llegar a burlarse de un venezolano que se va. Tantas cosas hay para ofender, para escarnecer, y eligen el instante en que un venezolano tira de la manilla, observa a sus hijos, la casa, a su país en cada cosa, cierra la puerta y lo deja todo. Hay que ser muy tonto para encontrar risa en esto, o estar reposando cómodamente en algún sillón de su casa o en alguna corriente de pensamiento que le favorezca. Quien lo hace, se burla también de los saharauis, mexicanos, africanos, chinos, peruanos, sirios, colombianos, chilenos, coreanos, etc, que hoy o en otro momento histórico han cerrado los ojos para imaginar los paisajes de las tierras que han dejado atrás. Se ríen a carcajadas de venezolanos que dejan su profesión para limpiar pocetas, barrer, y servir de meseros en restaurantes de otros países. Pero con esas carcajadas también ríen de todos los meseros del mundo, de todos los barrenderos, y de todos los que limpian los sanitarios de éste y otro lugar. ¿Quedarán garzas rezagadas a la orilla de algún charco, cascando sus picos muertas de risa, cuando la bandada decide levantar vuelo hacia otros parajes? ¿Cómo es la risa cínica de un salmón?
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Imagen: Alexander Aldana. Éxodo | |
A Isis Matheus
Sólo los imbéciles pueden llegar a burlarse de un venezolano que se va. Tantas cosas hay para ofender, para escarnecer, y eligen el instante en que un venezolano tira de la manilla, observa a sus hijos, la casa, a su país en cada cosa, cierra la puerta y lo deja todo. Hay que ser muy tonto para encontrar risa en esto, o estar reposando cómodamente en algún sillón de su casa o en alguna corriente de pensamiento que le favorezca. Quien lo hace, se burla también de los saharauis, mexicanos, africanos, chinos, peruanos, sirios, colombianos, chilenos, coreanos, etc, que hoy o en otro momento histórico han cerrado los ojos para imaginar los paisajes de las tierras que han dejado atrás. Se ríen a carcajadas de venezolanos que dejan su profesión para limpiar pocetas, barrer, y servir de meseros en restaurantes de otros países. Pero con esas carcajadas también ríen de todos los meseros del mundo, de todos los barrenderos, y de todos los que limpian los sanitarios de éste y otro lugar. ¿Quedarán garzas rezagadas a la orilla de algún charco, cascando sus picos muertas de risa, cuando la bandada decide levantar vuelo hacia otros parajes? ¿Cómo es la risa cínica de un salmón?
Siempre he dudado de lo que dice la mayoría, entre
quienes se prestan pasiones para mezclar mentiras con verdades y hacer con el
resultado carnadas de cualquier especie. Voy en sentido contrario a donde se
dirigen los desesperados y los convencidos. Por eso digo: no es mejor el que se
queda, ni más patriota, ni más valiente, ni más bueno. No hay forma de medir
tales cosas. Ni existe un termómetro moral para trazar una división entre los buenos
y los malos. Habría que empezar a escupir la memoria de Andrés Bello o Miranda,
por ejemplo, con el riesgo de que la saliva se devuelva y nos caiga en las
narices.
Escribo este verbo en tono íntimo violando mis pautas
de la ficción. Sólo encontré esta forma de despedirme de cada venezolano que
recoge lo mínimo y atraviesa las fronteras. Respeto y admiro a quienes le
agregan más incertidumbre a la incertidumbre de la vida. Cuando en una maleta
cabe todo lo que alguien es, entonces está listo para marcharse.
¿Que qué te llevas? Te preguntas. Pues no, no te lleva
el país, pero sí la identidad. No te llevas a la familia, pero sí la memoria
repleta de gente. No te llevas la casa, pero nadie ha dicho que sea la única
casa que puedas llegar a tener, ni el único lugar posible. No te llevas la
biblioteca, pero sí la lengua materna. No te llevas al Caribe, pero sí su
temperamento. No te llevas un empleo, pero sí lo que has aprendido. No te
llevas los amores, pero sí el corazón. No te llevas las matitas, pero sí las
manos para sembrar otras. No te llevas a los amigos, pero nadie hay mejor que
un venezolano para hacerlos. No te llevas el carro, la bici, la moto, pero sí
los pies. En la sangre te llevas otras cosas menos pesadas e igual de
importantes: el ADN, la pasión y el ímpetu de los libertadores. A la hora de
decir tu lugar de origen, no agaches la cabeza, ni titubees, porque no eres el
primero en emigrar ni serás el último. Levanta la cara; mucho hemos hospedado
gente de otras partes corriendo atemorizados por otros terrores.
¿Qué no será fácil? Nacer no lo es, y en adelante nada
lo ha sido, y aquí estás. ¿Que dejas todo lo que has construido? Bueno, el
mundo sería bien feo si Eiffel se hubiera llevado a la tumba su torre, o Cervantes
al Quijote, o Van Gogh la noche estrellada, o Picasso su Guernica, o Vivaldi
sus cuatro estaciones, o Clarice Lispector la manzana en lo oscuro, o
Saint-Exupéry el principito, o Pasteur la penicilina, o Bethoveen la novena, o
Botero a sus gordas, o Rafael Bolívar el alma llanera, o los hermanos Wright
los aviones, o Marlon Brando el padrino, o los hermanos Lumièr el
cinematógrafo, o Sthepehn Hawking la historia del tiempo, o George Harrinson la
canción here’s comes the sun, o
Chaplin su Charlot, o Julie Andrews su Mary Poppins, o Paul Landowski el Cristo
de Corcovado, o, si se hubiera hundido con Virginia Wolf “Las olas” en el río
Ouse donde se ahogó. Nadie se lleva nada, y es tan definitivo esto que,
lamentablemente, ni Oppenheimer pudo llevarse consigo la bomba atómica.
Estando afuera, el país se crece en uno. El himno
nacional que cantábamos en la escuela mezclando versos de Vicente Salias con
bostezos, te hará ensanchar el pecho. Hazlo bien. Reafírmate. Aprende lo mejor
de otras sociedades para que en algún momento nos ayudes a mejorar, y enseña lo
mejor de la nuestra para que otros se transformen. Ser venezolano es algo que
se entiende más desde otras orillas.
No te deseo, como Nietzsche a sus pocos amigos, el
sufrimiento, el abandono, la enfermedad, el desprecio. Él creía que de esta
forma se revela el valor de alguien, y que vivir peligrosamente cultiva la
existencia y el gozo. No. Yo no tengo la agudeza de Nietzsche ni su capacidad
de pensar. Sin embargo, tengo algo que Nietzsche no tuvo: una hija. Mejor
desearte lo que desearía para ella: que si regresas, seas más bello y más sabio.