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Sol Linares

DICCIONARIO SENTIMENTAL DE VERBOS



Julia Lillard

Al grupo de La Tetera Narrativa

La web está llena de recomendaciones para principiantes: cómo poner un condón, cómo perder la virginidad,  preparar sushi, hablar con un chino, sembrar una mata de limón, cortarse el cabello, pedir matrimonio, saber si nos están montando los cuernos,   cosas así. Escribir no queda fuera de esta lista; muchas personas me piden consejos que puedan usar a la hora de sentarse a escribir o comenzar una historia. Pensando en ello, intenté sintetizar en este verbo aquellos elementos que (desde mi experiencia de ensayo-error-fracaso-éxito-desmadre-expectativas rotas-aplausos) me han dado resultado. Como saben, abordar el oficio de narrar desde nuestras propias murallas tiene cabida si partimos del principio de Saint-Exupéry, ese que dice que “cada estrella fija una dirección verdadera”. La mía tiene la marca de una obsesión que puede resultar o no, útil a quienes deseen emprender el oficio de la escritura. Se llama lector-a. La cosa nostra. Esa figura promueve mi laboratorio de seducción (usted y yo sabemos que escribir es seducir, persuadir, conquistar). Incapaz de decir para quién escribo, al menos sé que no escribo para los inocentes, lo cual hace todavía más emocionante la conquista de un lector(a) y toda maniobra futura. Si nota en estas fórmulas personales una tendencia medio esquizoide, es cierto:

1. Elija un lector imaginario. Hace años me inventé uno; inteligente, risueño, polifacético, pero con muy poco tiempo para leer, cosa que me obliga a luchar por cada minuto de su atención. El cuento, por ejemplo, representa la oportunidad de vencer momentáneamente la psicología de un lector que adquiere un libro justamente esperando que eso ocurra: que usted venza su resistencia, incredulidad y suspicacia. Invéntese un “lector” que le genere niveles de exigencia y le ayuden a superar sus propios límites.


2. No subestime a sus lectores. Esto es, no le ahorre sufrimientos, ni verdades, ni experiencias. ¡Mucho menos caiga en la tentación de escribir fácil para que lo entiendan! Si partimos del error de que el lector es ignorante, prejuicioso y básico, nuestro esfuerzo no tendrá sentido y nuestra literatura perderá ímpetu. Que nuestra escritura no sea complaciente, ni cobarde, ni cómoda, ni siquiera moralmente hablando. Escribir es un asunto de valentía y honestidad. El lector agradece cuando usted tiene la valentía de decir las cosas justamente como son. Además, en literatura, como en la vida, escribir con miedo y sin convicción desencadena una terrible infelicidad.

3. Ignorante como soy, y autodidacta, juro que la imaginación es todo cuanto tengo. Imaginación e intuición. Es necesario concederse la libertad de imaginar lo imposible; cada cosa imaginada nace a su vez con una forma muy particular de ser expresada. La imaginación completa el conocimiento que ya tenemos de las cosas.


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. El absurdo no merece ser justificado, o argumentado. Si ya la realidad tiene el defecto de estar fundada sobre soberanos absurdos que nadie explica, el terreno de la ficción lo necesita todavía menos.
5. Evite abordar la descripción de un personaje, objeto u evento con una mirada cansada o acostumbrada. Describir por describir, entumece características realmente vivificantes que pueden estar esperándonos agazapadas en las cosas. En verdad, encuentro belleza en este recurso si uno se va a la caza de nuevas cualidades, pequeñitas pero significativas. Una narrativa viva compone diversos sustratos, informaciones sutiles y poderosas. Salir de ese estado de confort donde todo es lo que parece, practicar una mirada inconforme, novedosa, nos evita describir lo obvio y nos obliga a penetrar en las zonas marginadas por la luz, por la costumbre.

6. La extensión de un cuento, o de una novela, debe ser equivalente a su latido. En otras palabras, la largueza o brevedad trabajan en función de conseguir un efecto concreto. Si se nos ocurre ser olímpicos y nos salimos de sus límites, corremos el riesgo de echar por la borda el milagro del misterio y perder la atención de un lector que, seguramente, tiene mejores cosas que hacer que leernos.

7. Forzar una historia a contarse de una manera que no está dentro de su lógica, suele llevar a cometer toda una cadena de tristes equivocaciones. Déjese guiar por su intuición. Recuerde que una historia puede tener infinidad de abordajes. Pero solo una es la más efectiva. Confíe en la historia, en la forma en que se ha estado organizando sin que usted tenga demasiada consciencia. Verá que la historia en sí misma posee adentro el germen de todo; la estructura, el ritmo, la tensión que la favorece, el tratamiento del tiempo interior, etc. Todo está adentro, como el árbol en la semilla.


8. Todo buen cuento proporciona una experiencia emotiva poderosa. Sea erudito o no su tratamiento, el cuento debería tener un destino sencillo: emocionarnos. 


9. Escribir es componer música. Y la narrativa también funciona secretamente con el oído. Aquí llegamos al reino del ritmo y los tonos. El oído buscará la forma de organizar todo el material de lo narrado y detectará todo lo que obstaculice su fluidez. Por eso muchas historias atascadas nos hacen chasquear los dedos y decir: “esto no me suena”. “No me suena” significa “no encuentro el tono”, lo cual, en el peor de los casos, nos indica que “no está siendo efectivo”. Es posible que el tono sea tan importante, que determina desde qué lugar será narrada una historia, o viceversa. Contar desde el yo, por ejemplo, desencadena un ritmo, una armonía, y un tono, que lo distingue de las demás voces narrativas.

Sin saberlo, el narrador es, en cierta medida, una músico, porque cada palabra escrita es la traducción material de un sonido. La elección de una palabra combinada con otra produce una sonoridad muy particular. Esa sonoridad pertenece a la naturaleza del escritor, a su forma de agruparlas, pausarlas, destacarlas. Usted se preguntará: ¿Y qué relación guarda el sonido con un planteamiento, un personaje, una emoción, una trama? Pues bien, una palabra tiene qué ver con otra, en la misma medida en que se comunican Do con Re, o Mi con Fa, ¡la combinación infinita de estas ocho notas musicales producen toda clase de armonías!

El alfabeto es una maravillosa escala musical, y los lenguajes del mundo, asombrosas orquestas. No es poca cosa. Se me ha ocurrido pensar que el estilo de un escritor, eso que solemos llamar “la voz de alguien” (vemos como, una vez más, está relacionada al oído) es, nada más y nada menos, que esa forma particular en que suena su literatura. Visto así, el estilo resulta de esa especial elección de sonidos que destacan lo contado. Así como podemos diferenciar la música de Mozart de la de Vivaldi, por decir, también podemos diferenciar el estilo de Cortázar del de Hemingway. En cualquier caso, lo mismo que la música se comunica con nuestras emociones, también lo hace el estilo de un autor; nos conmueve, nos exalta, nos abstrae. ¿A quién no ha hecho llorar de emoción, por ejemplo, la composición musical de Gabriel García Márquez, Clarice Lispector, o Pessoa, sin que sepamos por qué, exactamente, estamos vibrando tan alto?  


10. Encuentre el método y el ritmo de trabajo que se adapte a su personalidad y pasión, recuerde que solo usted conoce la fórmula de su disposición creativa. Hay quienes escriben a diario, en horas nocturnas, o cuando han acumulado suficientes elementos para comenzar un libro. Por más que pongamos una rosa amarilla sobre el escritorio y escribamos descalzos como lo hacía Gabriel García Márquez, o rentemos una oficina como Alice Munro, o trabajemos en nuestra obra durante 7 días a la semana sin tomar descanso ni siquiera en días festivos como Isaac Asimov, o le impongamos horas de silencio a nuestros hijos como Thomas Mann, o escribamos de pie como cuenta la leyenda Hemingway, nada nos garantiza que podamos escribir como ellos. Dirija su talento como solo usted puede hacerlo, ya que finalmente ese y no otro, es el mejor método: el que lo ayuda a fluir de acuerdo a lo que necesita escribir.

           INDISCUTIBLE:

¡Contenga la urgencia de publicar un libro apenas lo termine! La corrección puede llegar a ser incluso más apasionante que su arquitectura, porque parte de una nueva libertad: la del texto terminado. Hágalo exhaustivamente, con agudeza y paciente severidad. Elimine sin escrúpulos todo lo que atente contra la fluidez y potencia de la historia, bien sea que se trate de diálogos, personajes, anécdotas, etc. Luego de su corrección, es importante la revisión de un tercero que sea capaz de opinar honestamente y traducir los efectos de esta lectura. Procure que sea un lector nada considerado. Después de todo, con los libros ocurre lo que en las relaciones amorosas: se termina muchas veces antes de terminarse realmente.


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Ya lo dije en un show de stand up comedy: la mejor hora del día para una mujer, es cuando nos quitamos el brassier. ¿No les pasa, que cuando llegan a casa y se quitan el brassier, es como quitarse los zapatos en la playa? Es tanto el mensaje de tregua y descanso que recibe tu cerebro que, de hecho, si estás en casa y todavía a las 9:00 de la noche no te has quitado el corpiño, el cuerpo jura que aún es de día. En efecto, quitarse esa prenda es dar por sentado que la jornada ha terminado. Metes la mano por la espalda, destrabas el broche, sacas una tira por la manga de la blusa, sacas la otra: y todo cae. Pasar de push up, a push down. Y el push down se siente tan bien… Tú alivias. Algo en ti suspira. Como cuando eras niña y te metías en la ponchera bajo la ducha, y te acostabas panza arriba con tus juguetes flotando. O como cuando te haces el examen de embarazo y sale negativo. O se te cae el teléfono en la poceta y todavía sirve. O como cuando sacas un pie de la cobija para respirar.
La forma en que caen las tetas es otro cuento. Cada vez que te quitas el brassier, entiendes que la realidad no es uniforme. Una teta hace up, y la otra hace bluff. Este bluff apunta hacia abajo, hacia el mantel de la mesa, hacia el gato que duerme en la almohada que se te cayó. Hay que decirlo de una vez: las mujeres tenemos una teta joven y una teta vieja. Para medirlo (aunque no haga falta por ser obvio), algunas chicas ponen un lápiz debajo de cada teta. Si el lápiz se sostiene, ya puedes insultar a la gravedad como lo hace Sheldon Cooper: maldita perra desalmada. Extrañamente, nuestras “gemelas” son dispares. Es como tener del lado derecho una Ford expedition, y a la izquierda un Cadilac del 48. Nuevo continente, viejo continente. América, Asia. La teta joven salta al espejo con una actitud de Marilyn Monroe: persuasiva, redonda, sensual. La teta vieja se parece más Amy Winehouse, pero drogada. Yo, por ejemplo, tengo una suave y esponjosa, como un mashmello. La otra estirada y sin alma, poco menos que un calcetín colgado en una silla. Ahí no hay nadie viviendo en esa teta. Son tan diferentes, que parecen tetas de dos mujeres distintas. La derecha es española; la izquierda es medio guajira. O sea que en España debe haber una mujer con una teta mía. Y en la Guajira, con mi otra teta. Mi pecho es una zona en reclamación, una disputa geográfica.
Yo pienso que tener las tetas tan dispares se convierte en algo difícil de explicar. Al estar frente a un hombre, no sabemos cómo explicar “ESO”. ¿Cómo es que una teta parezca más mamada que la otra? Segundo: ¿lo notan o se hacen los locos? La teta vieja es tan aguada, tan frágil, tan muerta, que uno dice por dentro, «que no la mame», «que no la mame». «Que mame la otra», «que mame la otra». Uno debería tatuarse un letrero que diga: “mamar”, “no mamar”. Incluso cuando nació, mi hija prefería lactar de la teta buena. Y yo la obligaba a vaciar primero la teta rara.
Ahora, la mejor forma de ocultar este desnivel mientras tienes sexo, si no puedes reconstruirlas o eres del clan nature, es subiendo la más caída juntando los brazos. Entonces la teta sube. Si estás arriba, pues igual, te ladeas un poquito como la torre de Pisa, y la teta se empareja. Cuando estás en posición de perrito no hay rollo; nadie ve la teta vieja saltando en bengi. Pero si estás boca arriba, es arrecho: la teta se va para un lado, y se vería raro ponerse a recogerla. No sé si los hombres se dan cuenta. Al día siguiente jamás te escriben al whatsapp: «hola bella, la pasé bien anoche, no puedo olvidar tu teta derecha». Nunca escriben algo así. Ellos dicen: «tus tetas son inolvidables». ¡Mentira: usan el plural por consideración!
En estos días me visitó una amiga muy querida a la librería. Tiene un bebé de un año y todavía está amamantando. Me dijo: Sol, tienes que ver mis tetas, dan asco. (Yo no sé por qué a mis amigas, a mis cuñadas, a las novias de mi papá, a las novias de mis amigos, les gusta mostrarme las tetas. Suerte que tienen algunas personas). En fin, mi amiga se saca la primera teta; hace un gesto colosal, como si fuera a sacar una bazuca. Yo: absorta. Es LA TETA. Bella, grande, copa 40, pezón rosadito.
—Tócala —me ordenó.
Yo la toqué: tersa, grande, esponjosa.
—No veo ningún problema —concluí muy circunspecta.
—No. Es que esta es la teta que siempre quise tener. ¡El problema es esta mierda!: Y me muestra la otra.
Yo: mueca de confusión. Reprimí la risa, pero al final terminamos muertas de risa las dos (menos mal). ¿Cómo explicarlo? ¿Ustedes han visto el carnet de la patria… de un perrito chihuahua? Así era. Un perrito chihuahua sonriendo, todo escoñetado. Total que el problema se presentó al mediodía. Es de conocimiento público que cuando amamantamos, todas tenemos una teta lechera; bueno, la de ella daba tanta, tanta leche, que como ese día había dejado al bebé con la suegra, salió corriendo desesperada al kindergarten situado frente a mi librería. Hizo una fila de niños:
—Venga niño, mame. Venga niña, mame. Usted también, señor.
Mi amiga es genial. Desde que hago stand up comedy me cuenta sus dramas, con la intención de verse relatada en un local nocturno y reírse de ella misma, reírse de mí, de nosotras. Reírnos de nuestra crisis de los 40, que consiste más o menos en preferir morir, que envejecer.


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sol.linares.r@gmail.com
@tesagonzalezruiz

(Tesa González, ilustradora)


Cuando naces, no te ponen un nombre porque la gente tiene fe en que ese nombre se parezca a ti en algún momento. Te ponen un nombre para parecerte a algo o alguien que jamás vas a ser tú mismo. Es lo que me hubiera gustado decirle al prefecto el día que nací, con quien hubiera mantenido una conversación más o menos como esta:
      ―¿Cuál es su primera mentira? ―me interrogaría el funcionario.
        ―Mi nombre.
        ―¿Cómo se llama esa mentira?
        ―Es complicado.
    La secretaria teclearía en su máquina de escribir lo siguiente: mentira N° 1, el nombre.
―Explíquese.
Yo meditaría un instante. Luego abriría la boca para decir:
―Cuando naces te ponen un nombre que resume las obsesiones de tus padres, sus pasiones, las utopías, la admiración que sienten por alguien o algo. Si alguno de ellos es latinista, te llamará Marco Aurelio, Dante, Petrarca.
―Hay algo cierto en lo que dice ―diría el prefecto.
―Si es viajero tu padre o tu madre, te llamarán Botsuana, Atlanta, Machu Pichu. Si es médico, te llamarán Alcmeón, Hipócrates, Carl Peter, ese tipo que recibió el premio Nobel por descubrir la vitamina K.
Como para ese momento habría ganado la atención del prefecto que se cruzaría de brazos en señal de que le ha interesado mi punto de vista, yo encendería un cigarrillo imaginario de esos que solo se pueden fumar en las instituciones públicas. Luego:
―Si tu madre es bailarina te llamarán Isadora, o Pina.
―Yo quería llamarme Pina Bouch… ―Pensaría la secretaria del Prefecto.
―Si son contestatarios, progresistas o izquierdistas, te llamarán Hiroshima.
 ―Nagasaki ―diría el Prefecto.
 ―O Ernesto ―dice la secre―, como el ché.
Una señora que estaría sentada en la sala de espera haciendo tiempo mientras le entregan su ficha catastral y la fe de vida, y que ha escuchado la conversación, agregaría lo siguiente:
―Si son feministas te llamarán Julia por Julia de Burgos, o Flora por la Tristán, o Mary por la Wolstonecraft.
―Si aman la ópera te llamarán Monserrat, Andrea, Luciano ―diría el de la oficina de exoneraciones.
―Si leyeron a Shakespeare te llamarán Julieta, o Romeo. ―El de cultura y patrimonio.
 Como las palabras de esta gente me dieran más ideas, yo continuaría añadiendo más casos a mi argumento:
"Si son cristianos te llamarán Zacarías, Mateo. Si leyeron a Kafka te llamarán Gregorio; si leyeron Rayuela te llamarán Horacio. Si son americanistas te llaman América, Roraima, AbyaYala. Si son bolivarianos te llamarán Manuela, Simón. Si son intelectuales querrán volver a los nombres comunes, entontes te llamarán Ignacio o Ana".
―Pero hay padres que no son médicos ―corregiría el prefecto―, ni lectores, ni aman la ópera, ni han viajado nunca.
―En ese caso ―diría yo― la madre le pone a los hijos el nombre del marido que tarde o temprano odiará. Naces y te llaman Agustín, por ejemplo, y cuando tu madre odie a tu padre dirá tu nombre.
―Hay gente que combina nombres ―agregaría la secre.
―Ah, sí. Combinan sílabas y sale gente admirable (casi nunca destinos admirables), y entonces vienen y te llaman Marialda (por María y por Aldo), o Ismar  (por Isabel y Marco).  Llevarás el nombre de un pacto que tampoco durará toda la vida, y una vez separados, tu nombre le recordará a tus padres lo que no quieren recordar.
A esta hora del debate, más o menos a las once de la mañana, haría calor. Cada quien se preguntaría con arrechera por el origen de su nombre. Yo, como toda mujer apasionada que soy, iría levantando la voz cada vez más, perdiendo la paciencia porque toda institución pública me genera candidiasis, urticaria y cefalea. Es que las humanadas y los servidores públicos me ponen algo tensa. Entonces el prefecto se pondría alerta y le haría señas al vigilante para que patrulle la conversación, no sea que yo pierda los estribos y entonces todo el mundo quiera reventar a pedradas la prefectura porque nadie lleva un nombre digno de su historia.
―Hay los peores ―continuaría yo―, que sin tener hijos, ni gatos, ni perros, ya tienen grandes nombres para sus hijos, sus gatos, sus perros. Uno escucha conversaciones como esta en los cafés o en los parques: cuando tenga un hijo lo llamaré Amadeus, y cuando tenga un gato lo llamaré Babel, y cuando tenga un perro se llamará Beethoven. Porque además es cosa intrigante que a los perros les pongan nombres de músicos. ¿Sabía usted que hay más perros que personas llamados Beethoven?
―No lo sabía ―confesaría el prefecto.
―Es que hemos sido llamados por algo que no nos importa ni conocemos, ni vivimos, ni leímos, ni escuchamos, ni sufrimos, ni cambiamos.
―¿Y qué con eso?
―Bueno, que es difícil ampararse en glorias ajenas y después andar por ahí decepcionando a medio mundo.
El prefecto, como todo hombre notable, encendería una pipa imaginaria:
―Pues, ahora que lo dice, creo que todos se cuidan de no poner a sus hijos el nombre de Cristo, Judas o Hitler.
―Desde luego, si ya sabemos en qué terminaron esas historias.
―Bueno, bueno, vayamos al grano. Diga de una buena vez cómo se llama usted para asentarla en el registro de seres humanos nacidos.
―Soledy Linares.
―¿Soledy? ―El Prefecto me observaría por encima de sus anteojos imaginarios. Jamás se esperó que una mujer extravagante como yo llevara un nombre tan procaz―. ¿Y cómo llega usted a ese nombre tan feo?
―Me lo puso un tía mía que creía que Soledy es soledad en inglés.
       ―¿Es todo? ¿No tiene más nada qué decir?
―Sí, señor, lo que quiero decir es que uno vive con un nombre por dentro que nadie pronuncia.
―¿Y cómo se llama usted, entonces?
―Alegría. Como la alegría que siente cualquier ser humano, de cualquier clase social, cuando mira por primera vez el mar.
       ―Queda en acta.

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Este 20 de mayo estuvo en las instalaciones del hotel La montaña de Omar, un equipo especializado del programa sabatino “Verbolatría”. Allí se realizó una entrevista a múltiples personas que hablaron frente a las cámaras sobre ese singular instante de locura que representa la ira, lo que en Venezuela se llama “tener arrechera”. A continuación presentamos algunos testimonios.


HULK

(Actor de Marvel -39 años)

¿Saben por qué soy el mejor súper héroe de todos? Porque mi poder no viene de Krypton, ni de las amazonas, ni de la Atlántida. Mi poder es interior, es humano: Yo sufro de arrechera. La arrechera es mi poder. Sin rabia soy un tipo normal, un tipo inseguro con asperger, pero cuando me pongo verde, cuando me pongo verde soy un maldito Dios verde de 100 toneladas. Puro poder, baby. Soy el mejor súper héroe porque mi poder no es controlado por kriptonita, balas de plomo, tonterías de esas. Vamos, yo controlo la ira con un psiquiatra, como todos los seres humanos del mundo. No soporto estar bajo tensión, el estrés emocional, no soporto que me acechen, como todos los seres humanos del mundo. Soy el mejor en la arrechera, ¿ves? Algo así como El Dr. Yekyll y Mr. Hyde (Risas). Betty, mi mujer, también me controla la arrechera, como le pasa a todos los hombres de este mundo. No sé qué tienen estas nenas pero si te hablan con dulzura estás jodido. Bueno, también hago meditación vipasana, sobre todo en las malparidas colas. Leo a Trungpa, a Anthony de Mello, a Gandhi, colecciono revistas de budismo y sigo en el twitter a Gaisaku Ikeda.


MOYO
(Abogada-30 años)

Jódete, mastica un cable eléctrico, un billete de 500 con sarpullido, vete a la mierda, tú y todos tus familiares-pollitos cósmicos, vete a la mierda tú con todos tus tús (Liga de la Justicia), vete a la mierda con todas tus medallas de bronce por tus huevos revueltos, con tu libro de Osho para bostezar en un tren, llévate tus llaves tus llaveros el destapador de cervezas, también lárgate con tu patito de hule para la tina, con tu bóxer del hombre araña, con tu poster de Marilyn Monroe, desaparece de google map, llévate tu lapicero firma suicidios, tu corbata de lazo, tu smoking para fumar, tu maldito cartelito de “no pise mi grama, mi alfombra, mi sillón favorito”, cruza la esquina de mis exconvictos, saca a pasear al perro y no vuelvas, anda a que te adopte un canguro del Kilimanjaro, perdón en el Kilimanjaro no hay canguros y yo qué sé, vete en la tercera clase de un avión, de un barco, de un pájaro de mal agüero, asume que me he muerto por la pinchada de un cangrejo de poesía de Shakespare de limón en la sangre, llévate tu snorker para pocetas, tu astrolabio, la brújula de Narnia.com, el platillo volador para servir panquecas, lárgate con tu pene delicioso tus ojos bonitos tu voz de trueno con azúcar la tabla de surf para llorar, mentira no te vayas, ¿qué haces?, ¿por qué guardas el patito de hule? Dame huevo revuelto, pronuncia la palabra amor, deja tu cepillo de dientes, cásate conmigo, te lavo el bóxer del hombre araña, qué bueno qué útil Osho, quédate a dormir esta noche, bailemos descalzos, amor, déjame poner mis pies sobre tus pies, bailemos una canción de Bruce Springsteen, no me dejes nunca, soy muy tonta, solo fue un arrebato nomás.

FLORA
-Activista política. 50 años-

            ¿Qué quieres que te diga? Conozco todo de la rabia. No soy otra cosa sino lo que recojo del suelo después de lo que mi ira destruye. Nadie como yo se ha hecho a sí misma tan bella a partir de la rabia. Como Polonia, como Hiroshima, reconstruidas en la noche mientras otros dormían, reconstruidas en el día mientras otros daban maíz a las palomas en las plazas del mundo. Mi rabia es antigua, pregúntenle a mi madre. Todavía se ven las cicatrices de mis dientes en sus pezones. Ella temió mi ira porque era mayor que la suya. Apenas crecí puse granadas en cada rincón de la casa. Derribé los dioses de sus antepasados, denuncié mentiras, destapé verdades, ataqué visceralmente todo lo que mi estirpe entendía por éxito, felicidad, amor, seguridad, paz. Había nacido para la guerra, y de la guerra, he fabricado el imperio conmovido de mi dulzura. Alguna persona obrera de la rabia entenderá lo que digo. ¿Acaso no hay ternura en quien, arrodillado, junta y pega los pedazos de la vasija que lanzó contra el piso y luego pone flores en ella? Si mi madre hablara de mí, diría que renazco de todas las cosas chamuscadas: soy aquella mujer que encendió por primera vez la luz de una casa después de que reconstruyeran Nagasaki.

ROXANA
-Pediatra. 24 años-

      ¿Por qué será que a uno le crece la boca cuando tienes arrechera? La boca, las cejas y la nariz hacen todo un performance, ¿sabes? Uno tiene cara de puerta. Cuando mi marido está muy bravo, lo primero que hago es mirarle la boca. ¡Me pega un susto! Me asusta ver en la boca toda la rabia que siente. Pone cara de puerta, y lo peor es que yo misma he botado la llave, o él se la tragó. Y no sé, no sé porque en lugar de detener su rabieta me la contagia, entonces es peor, porque hago todo lo posible por hacerlo estallar. Quisiera abrazarlo pero no puedo, somos dos puertas cerradas en la casa y es horrible.

TILO
-Músico. 40 años-

            Pues nada, cuando me arrecho me voy y listo. ¡Adiós, babosos!, y ya. Y cuando la gente se arrecha, que se vayan a beber el agua donde se comieron el pescado. Una cosa es cierta: la rabia produce un sonido muy particular. Te explico: si maxterizas los portazos, el choque de tenedores, platos que se estrellan, gritos, cuchillos que entran en riñones, disparos, escucharemos algo parecido a la fusión de rock y jazz (realiza una pequeña demostración ante la cámara).

JUAN
-Actor de teatro. 41 años-

            Amor, aunque te ame, aunque susurre palabras tiernas en tu oreja, aunque sea bueno, aunque te despierte con un beso cada mañana, robe flores para ti, camine de la mano contigo por las calles, te cante, incluso aunque te cuide de la muerte, del sol, de las tristezas, estarás solo ante mi ira. Ciego y torpe, no te reconoceré. Eres tú, pero serás otro, el objetivo de mi vileza. Saldrás herido. Y llorarás. Y lloraré.

LUCAS
­-Editor. 47 años-

—Creo que lo peor de la ira no es la ira —dice Lucas ante la cámara—. Total, el mundo es un lugar bastante desagradable. Lo malo es el orgullo. El orgullo no es solamente rabia petrificada, es algo peor que eso.
—¿Qué cosa puede ser peor? —Pregunta el entrevistador.
—Quedar inmovilizado entre la necesidad de pedir perdón y la convicción de que somos nosotros quienes merecemos una disculpa. Entonces todo se vuelve raro, ¿sabes? El orgullo hace que le demos la espalda a todo. Alguien dentro de ti suplica restauración, amor, pero al mismo tiempo eres incapaz de reconciliarte.
            Lucas medita un instante, luego agrega:
            —De todas las formas de la crueldad, el orgullo es la más destructiva.
            —¿Por qué?
            —Castigamos. Es un castigo que puede no detenerse jamás. Se desarrolla con el tiempo y nos obliga a perdernos de la vida. Se vuelve contra nosotros. Y cuando abrimos los ojos, ya somos viejos y estúpidos.

MARUJA
­-Arquitecta. 63 años-

            Odio la gente que olvida todo fácilmente, ¿sabes? ¿Cómo lo hacen? Despiertan al día siguiente como si nada hubiera pasado, ¡y para colmo se ríen de cosas nuevas! Me irrita que Lila se ría de cualquier cosa mientras yo estoy tan enfadada. Es como darme a entender que le importa una mierda lo que siento. Nunca estamos en el mismo nivel emocional, por eso me casé con ella. Porque no puedo arrastrarla conmigo hacia la rabia. Ella es quien siempre está moviendo la cola feliz. En cambio a mí me toca el peor papel. Bueno, alguien tiene que tener dignidad en esta relación. Alguien tiene que plantar posiciones, definir límites. ¡Odio que siempre tengo que ser yo!

EDUARDO
­-Electricista. 37 años-

No me molesta que mi mujer se arreche, que grite, o que yo tenga que  dormir fuera de la cama. A la larga, prefiero dormir en el sofá que con ella toda tiesa ahí. Pero lo que no soporto es su maldito silencio. Ese silencio es pura mierda. Con esa reporquería de silencio te están diciendo: te retiro todas las bondades de mi amor. Y si de casualidad te mueres, no le importa. Y lo peor es que uno se quiere como morir. Las mujeres conocen a la perfección este mecanismo de tortura, yo diría que la han perfeccionado con el tiempo. No sé, cuando ella hace esto conmigo me siento totalmente desvalido. Me siento abandonado, chantajeado, pendejo, desgraciado, mala persona. A veces he llegado a pensar que soy vulnerable a todo tipo de mala suerte, porque su amor ya no me protege. Entonces tengo que hacer en un día más de lo que he hecho en un año para ganarme su cariño. Es como empezar de cero, con la desventaja de la desconfianza.

CHAVELA
-Ama de casa­. 29 años-

            No sé por qué cuando estoy arrecha con mi marido o mis hijos hago cosas sin demasiado sentido. Abro gavetas y meto cosas, o saco cosas de las gavetas. Abro puertas, entro y salgo. Abro la nevera, bebo agua cuando no tengo sed. Busco objetos que no necesito, leo sin querer leer, ordeno la ropa de los ganchos, y así sucesivamente. Todo lo hago con movimientos arbitrariamente violentos y con una velocidad que nunca tengo. Hago mucho ruido. Sé que los objetos no tienen la culpa, pero no sé comunicarme sino a través de esta violencia. Es como si nadie estuviera comandando todas mis acciones, o como si estuviera concentrada nada más en arder. Tampoco sé por qué me da por buscar las llaves cuando discuto. ¿Verdad que es raro que uno nunca encuentre las llaves cuando estás enfadada? Y si las encuentras, sabes que tendrás que salir de casa, aunque no quieras.
RAÚL
-Dadaísta. 70 años-

      Bah, mi boca está conectada con mi intestino grueso, punto. Digo las cosas que pienso y ya, como salgan. Admiro a la gente que estando muerta de la arrechera es capaz de responder inteligentemente. Estando arrecho yo no puedo ni explicar cómo se bate un desgraciado huevo, ¿me entiendes? Lo peor que puede pasarte es arrecharte con alguien inteligente, lo hacen quedar a uno como una bestia. Te miran con cara de inteligencia emocional y todas esas payasadas. Váyanse a la mierda todos ustedes, intelectuales emocionales de las mamadas. Bastardos, impostores.

SOL
-Cuentista. 41 años-

            Cuando uno anda arrecha siempre se te atraviesa un niño preguntando alguna vaina. Y uno no puede cambiar el tono de la voz. Uno no puede hacer alto al fuego, es antinatural. Si vienes diciendo “maldita sea esta mierda” es imposible, imposible que uno diga dulcemente: ¿qué quieres, mi amor? ¡No se puede! ¡Y los niños te miran!, ¡y debes tener una cara monstruosa porque te miran paralizados! En esos momentos uno debería usar un letrero que diga: no es contigo, niño, pero por favor no te atravieses. ¿Verdad?

MEDEA
-Arquetipo. 2500 años-

Si me he hecho mujer, ha sido por desarmar cada una de mis ofensas. Por revocar todos mis juramentos.
JOSÉ MIGUEL
(Poeta. 28 años)

            La arrechera es una forma de llegar a una alegría, o sea, ¿cómo explicarlo? Me dura poco, le veo cosas lindas a la arrechera. Hay belleza en la gente cuando está arrecha, muestra otra cara que no siempre es mala. Porque la rabia viene de un deseo. A mí me puede aumentar el amor una rabia. Es decir, al amor lo aumentan las emociones intensas, sean buenas o malas las emociones.

MAYAYO
(Campesino. 59 años)

            Pos, yo no sé, mirá. A mí me pasa algo muy raro aquí mismito. Lloro cuando entro en cólera. Raro, ¿verdad? Es que hay rabias combinadas con la tristeza que me hacen llorar, y después ya no distingo cuál es una y cuál es la otra.

SUSANA
(Profesora. 63 años)

El pecho donde te duermes no siempre es un lugar seguro. Es un plato roto, que cuando estoy rabiosa estalla en mil pedazos y vuelvo a armar. Mi boca tampoco es un lugar seguro, ni mis manos. Ni mi corazón. Parece una advertencia a quien me ame, y lo es. Pero si aun así decides quedarte, te serviré leche en mis vasos reconstruidos.



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"Digo que nada puedo contra este miedo, que no puedo evitarlo, que no pudo conocerlo"
Margaritte Duras


Nunca se es demasiado joven o demasiado viejo para leer a Margarite Duras. Nunca demasiado sabio, o demasiado inocente. Ella llega incluso cuando estamos saciados, a originar un tipo de sed.

Años atrás hice una lectura pausada de su novela autobiográfica El amante, sobre todo porque el ritmo de su escritura, lento y vertiginoso como las aguas del Mekong, me llevaba a un final que no quería leer. Sufrir así es bello. Al menos sufrir por no querer terminar un libro para que vuelva a ser un libro terriblemente cerrado. Necesito que los libros que me estremecen estén abiertos, despiertos en mí.

Un libro suele tener familia: otros libros que rodean o tejen nuestras pasiones. Hace tiempo mi amigo, el poeta José Gregorio Vázquez, me obsequió Los espacios cálidos, de Margarite Duras (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2011). Libro de singular rareza, publicado en Madrid en ocasión del aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik. Esta conversación que sostiene Margarite con el cineasta Michelle Porte va acompañada de fotografías inolvidables que retratan su casa querida, de piso ajedrezado, la buhardilla, su piano, su infancia, escenas fílmicas, y sobre todo, el rostro de su madre en “la fotografía de la desesperación”, que ya describe Duras en la novela, la del patio de la casa de Hanoi, esa mujer francesa a quien la pobreza supo atormentar hasta el final. También hay en él extractos de guiones y reflexiones sobre el cine que le gustaba hacer, lejos de las fórmulas de “el cine del sábado” hecho nada más para consumir, hecho “desde el lugar del espectador”.

La ventaja de ver un cine escrito por escritores quizá sea precisamente ésta: el espectador sigue siendo un lector. Películas como Hiroshima mon amour, La mujer del Ganges, Nathalie Granger, India-Song, escritas por Margaritte Duras, obsequian al lector de sus libros aquello que acontece en la escritora antes de la imagen.

Margarite Duras nació en la ciudad de Saigón, ahora llamada Ho Chi Minh, la mayor ciudad de Vietnam y parte de lo que fue la colonia francesa conocida como Indochina, península formada por Laos, Camboya y Vietnam.
Pero en su novela (El amante. Tusquets Editores,1984), Indochina no es exactamente una región geográfica sino una extensión sentimental, real y confusa. Ser de Indochina es ser de muchos sitios. Durante la lectura busqué este lugar en el globo terráqueo, y no apareció, como era de esperar. Porque no aparecen en los globos terráqueos ninguna cicatriz de guerra. Indochina no estaba registrada en el globo terráqueo escolar, y, paralelamente, sangraba en la novela de Margarite, cuya solapa registra a la escritora nacida en Indochina, en el año 1914.

Así más o menos es la narrativa de Margarite Duras, quien le atribuyó a su familia una naturaleza más vietnamita que francesa. Era más hija del río Mekong que del Sena. El río Mekong irriga toda su literatura y su cine, pero no solo el Mekong, también el Ganges de la India, los hermosos aluviones del Delta, cuyo nombre en vietnamita (Cuu Long) significa “nueve dragones”. Estos ríos que desembocan en el Mar Meridional de China, descritos apasionadamente por Margarite, nos hace recordar tanto al Delta de nuestro poderoso río Orinoco, echados en ramilletes hacia el Mar Caribe, como una mano llena de raíces.

El globo terráqueo le sirve al lector, al menos, para acompañar a Margarite en un viaje de un mes, aquel día en que sube por primera vez a un gran barco para dejar a su amante chino, el amante de Cholen.

 "Entonces, el barco, una vez más, dijo adiós, lanzó de nuevo sus mugidos terribles y tan misteriosamente tristes que hacían llorar a la gente, no sólo a la del viaje, la que se separaba, sino también a la que había ido a mirar, la que estaba allí sin ninguna razón precisa y que no tenía a nadie en quien pensar" (pág. 139).

Hay que partir de la antigua Saigón, ir girando el globo con el dedo, poco a poco atravesar el Mar de China, el Océano Índico, rozar la triste Somalia, (hoy las grandes potencias van a echar sus basuras en los mares somalíes como si se tratara del vertedero del mundo). Hasta llegar a Francia.

Con Margarite Duras recordé mi infancia, un tiempo en Ciudad Bolívar, cuando tenía 6 años. De esa edad sólo recuerdo el Orinoco. Me parecía el río más grande del mundo. Combinaba el temor y la belleza y ambas cosas eran igual de insoportables. Era como si ese río comenzara exactamente en ese lugar. Luego, cuando por fin sobrevolé el Orinoco en un avión comercial, por un instante desconfié de mi recuerdo. Pero ver el río aplastado en la tierra, brillante, ancho, infinito, fue ante todo recuperar la confianza en todo lo que miré de niña. Porque el mundo verdadero es aquel que mira un niño.

¿Escribir no será, para Duras, seguir mirando la superficie del Mekong, allí, sobre el transbordador, entre Vinhlong y Sadec, surcando las planicies de barro y arroz? El lector creerá que era demasiado pobre para estar buscando cosas de la infancia, los niños muertos por la peste, el hambre endémica, la miseria, los mosquitos. Los blancos empobrecidos de las colonias francesas, llamados los golfos blancos, que se daban el lujo de tener criados para servirse una triste ración de comida, a veces caimanes, a veces algo menos. Vender los muebles para poder comer. ¿No fue, acaso, coqueteando con la prostitución, valiente y avergonzada, que Duras conoció el amor?

Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí.

Su amante chino, su madre desmigajada (a quien llevaba la ventaja del placer), sus hermanos, la guerra, cada cosa, siempre sobre el agua. “El mar está todo escrito”, dice Margarite. Y aunque confesará que los colores de la infancia tiene los colores de la guerra, sin embargo, son los colores del agua: en suma, los colores del miedo. Cuando Margarite Duras mira el río o el mar, también mira el miedo. El miedo y el agua tienen la misma sustancia. Miedo al hermano mayor, miedo a la guerra, miedo a la muerte, miedo a la miseria, miedo al agua que arruinó los terraplenes de arroces de su casa en Hanoi, miedo al agua que cercaba la tierra. Siempre contemplará ese miedo en el agua, luego en el Sena, en la novela Emily L. (Tusquets, 1988). El agua, a veces mansa, a veces irreconociblemente violenta.

De todas formas lo que fue absolutamente suyo fue su cuerpo. Su cuerpo Indochino. No escribió nunca fuera de él, del deseo, por parecerle que cuando las mujeres no escriben desde el espacio del deseo, no escriben, están plagiando.




 ¿Cierto? ¿Falso? ¿A quién le importa? Su cuerpo fue su silogismo. El gran miedo de Margarite, el miedo a sí misma desde la pubertad. A lo mejor no estamos de acuerdo con palabras tan determinantes (¿valientes?), pero estoy segura que sí estaremos de acuerdo con una sentencia devastadora de Margarite: tanto si se ama como si no se ama, siempre es terrible. ¿O no, querido lector?


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Sol & Janis. Fotografía: Atilio Saavedra

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