Por Sol Linares
A Anita Mendoza, por siempre
Ana tenía unos pinceles muy locos. Apenas te
tocaban, te convertían en flor, hierofante, hada, libélula. Uno llegaba de la
vida cansado de ser el mismo siempre, pero si un pincel de Ana te alcazaba,
terminabas desnudo, caminando por las calles de Trujillo con la libertad de una
mariposa. Caminar en pelotas por tu ciudad era bello. Los polis no te llevaban preso
porque los colores de Ana te protegían. ¿Qué policía puede arrestar a un pez,
por ejemplo, y con qué cargos? Tan locos estaban los pinceles de Ana que lo
ponían a uno feliz. Subía a nuestra cara la risa del niño o la niña que por
fin, por fin, es unicornio. Y la gente te sonreía al pasar y decía ¡mira, un
unicornio! Y uno era eso. Por algunas horas, uno era lo que los pinceles de Ana
querían. Un ser mítico chisporroteado de colores, y cachos, y pestañas
postizas, y plumas, y perolitos de seres de otro mundo. Como salido de un sueño.
Como salido de un suspiro. Después venían las fotos. Y la poesía. Uno llegaba a
casa sin ganas de bañarse. Olíamos a paisaje. Olíamos a azul, a magia. El agua desbarataba
el piano pintado en el brazo, o el rostro de gacela, y de pronto éramos nosotros
de nuevo, debajo de la ducha. Luego salir, vestirse con las mismas ropas, usar
la misma voz, comer la arepa caliente con mantequilla, pensando en lo bello que
ha sido ser lienzo de Ana. Porque fuimos tus lienzos. Fuimos tus muñecos de
barbotina, tus pájaros, tus árboles. Fuimos incluso las estaciones del año. Nos
desnudaste. Nos paisajeaste. Desfilamos para ti sin vergüenza. Aun con las
tetas caídas, aun con la cicatriz de la cesárea, siendo gordos, flacos, feos, culpables,
éramos tus lienzos.
Por ahí dicen que Ana se fue. Yo me alegro
mucho, por los ángeles. Porque si es cierto que nos vamos al cielo, ¡cómo
quedarán de bonitos los ángeles manchados con los pinceles locos de Ana!