SOBRE EL VERBO QUITARSE EL BRASSIER

by - abril 10, 2020








Ya lo dije en un show de stand up comedy: la mejor hora del día para una mujer, es cuando nos quitamos el brassier. ¿No les pasa, que cuando llegan a casa y se quitan el brassier, es como quitarse los zapatos en la playa? Es tanto el mensaje de tregua y descanso que recibe tu cerebro que, de hecho, si estás en casa y todavía a las 9:00 de la noche no te has quitado el corpiño, el cuerpo jura que aún es de día. En efecto, quitarse esa prenda es dar por sentado que la jornada ha terminado. Metes la mano por la espalda, destrabas el broche, sacas una tira por la manga de la blusa, sacas la otra: y todo cae. Pasar de push up, a push down. Y el push down se siente tan bien… Tú alivias. Algo en ti suspira. Como cuando eras niña y te metías en la ponchera bajo la ducha, y te acostabas panza arriba con tus juguetes flotando. O como cuando te haces el examen de embarazo y sale negativo. O se te cae el teléfono en la poceta y todavía sirve. O como cuando sacas un pie de la cobija para respirar.
La forma en que caen las tetas es otro cuento. Cada vez que te quitas el brassier, entiendes que la realidad no es uniforme. Una teta hace up, y la otra hace bluff. Este bluff apunta hacia abajo, hacia el mantel de la mesa, hacia el gato que duerme en la almohada que se te cayó. Hay que decirlo de una vez: las mujeres tenemos una teta joven y una teta vieja. Para medirlo (aunque no haga falta por ser obvio), algunas chicas ponen un lápiz debajo de cada teta. Si el lápiz se sostiene, ya puedes insultar a la gravedad como lo hace Sheldon Cooper: maldita perra desalmada. Extrañamente, nuestras “gemelas” son dispares. Es como tener del lado derecho una Ford expedition, y a la izquierda un Cadilac del 48. Nuevo continente, viejo continente. América, Asia. La teta joven salta al espejo con una actitud de Marilyn Monroe: persuasiva, redonda, sensual. La teta vieja se parece más Amy Winehouse, pero drogada. Yo, por ejemplo, tengo una suave y esponjosa, como un mashmello. La otra estirada y sin alma, poco menos que un calcetín colgado en una silla. Ahí no hay nadie viviendo en esa teta. Son tan diferentes, que parecen tetas de dos mujeres distintas. La derecha es española; la izquierda es medio guajira. O sea que en España debe haber una mujer con una teta mía. Y en la Guajira, con mi otra teta. Mi pecho es una zona en reclamación, una disputa geográfica.
Yo pienso que tener las tetas tan dispares se convierte en algo difícil de explicar. Al estar frente a un hombre, no sabemos cómo explicar “ESO”. ¿Cómo es que una teta parezca más mamada que la otra? Segundo: ¿lo notan o se hacen los locos? La teta vieja es tan aguada, tan frágil, tan muerta, que uno dice por dentro, «que no la mame», «que no la mame». «Que mame la otra», «que mame la otra». Uno debería tatuarse un letrero que diga: “mamar”, “no mamar”. Incluso cuando nació, mi hija prefería lactar de la teta buena. Y yo la obligaba a vaciar primero la teta rara.
Ahora, la mejor forma de ocultar este desnivel mientras tienes sexo, si no puedes reconstruirlas o eres del clan nature, es subiendo la más caída juntando los brazos. Entonces la teta sube. Si estás arriba, pues igual, te ladeas un poquito como la torre de Pisa, y la teta se empareja. Cuando estás en posición de perrito no hay rollo; nadie ve la teta vieja saltando en bengi. Pero si estás boca arriba, es arrecho: la teta se va para un lado, y se vería raro ponerse a recogerla. No sé si los hombres se dan cuenta. Al día siguiente jamás te escriben al whatsapp: «hola bella, la pasé bien anoche, no puedo olvidar tu teta derecha». Nunca escriben algo así. Ellos dicen: «tus tetas son inolvidables». ¡Mentira: usan el plural por consideración!
En estos días me visitó una amiga muy querida a la librería. Tiene un bebé de un año y todavía está amamantando. Me dijo: Sol, tienes que ver mis tetas, dan asco. (Yo no sé por qué a mis amigas, a mis cuñadas, a las novias de mi papá, a las novias de mis amigos, les gusta mostrarme las tetas. Suerte que tienen algunas personas). En fin, mi amiga se saca la primera teta; hace un gesto colosal, como si fuera a sacar una bazuca. Yo: absorta. Es LA TETA. Bella, grande, copa 40, pezón rosadito.
—Tócala —me ordenó.
Yo la toqué: tersa, grande, esponjosa.
—No veo ningún problema —concluí muy circunspecta.
—No. Es que esta es la teta que siempre quise tener. ¡El problema es esta mierda!: Y me muestra la otra.
Yo: mueca de confusión. Reprimí la risa, pero al final terminamos muertas de risa las dos (menos mal). ¿Cómo explicarlo? ¿Ustedes han visto el carnet de la patria… de un perrito chihuahua? Así era. Un perrito chihuahua sonriendo, todo escoñetado. Total que el problema se presentó al mediodía. Es de conocimiento público que cuando amamantamos, todas tenemos una teta lechera; bueno, la de ella daba tanta, tanta leche, que como ese día había dejado al bebé con la suegra, salió corriendo desesperada al kindergarten situado frente a mi librería. Hizo una fila de niños:
—Venga niño, mame. Venga niña, mame. Usted también, señor.
Mi amiga es genial. Desde que hago stand up comedy me cuenta sus dramas, con la intención de verse relatada en un local nocturno y reírse de ella misma, reírse de mí, de nosotras. Reírnos de nuestra crisis de los 40, que consiste más o menos en preferir morir, que envejecer.


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