SOBRE EL VERBO EVOLUCIONAR

by - mayo 21, 2018


Escrito por Sol Linares

Llegué a Peraza a cubrir la noticia de que la especie humana comenzaría un nuevo proceso de evolución genética. Cuando el jefe refirió el motivo de mi vuelo a Barinas, vacilé. Me pareció que decía: anda y graba la forma en que una tuteca desarrolla de nuevo la cola que perdió en un ataque. Está loco, me dije, pero como en este mundo todos lo estamos y, como no hay noticia que no tenga ese matiz de absurdidad, al día siguiente ya estaba recuperando mi equipaje en la correa rodante del aeropuerto.

Esperaba encontrar el pueblo tomado por comunidades científicas. Para mi sorpresa, no había miembros de ningún gremio, ni científicos, ni camarógrafos, ni reporteros, ni entes gubernamentales. No había nadie. Pisé un pueblo como soñado por Juan Rulfo.

—A Peraza la vaciaron —dijo el chofer del jeep que me trasladó esa mañana—. Dicen que quien entra, no sale.

Desde entonces me ha tocado dormir en la habitación de un hotel abandonado. Llevo días aquí, azotada por el calor y una ventisca agridulce.  Doy paseos por el lugar. Investigo, bostezo y anoto en la libreta todas mis impresiones.

7  de abril de 2035
En la aldea no hay nadie. Ni un alma a la redonda. ¿Dónde están todos? El pueblo sigue en pie sobre la tierra anaranjada y alcalina, sin embargo, algo vació al pueblo. Ni siquiera hay monos en la plaza jugando con la basura de las cestas. Transito las calles. Tampoco hay gente en la casa del Corregidor. Ni policías, ni indigentes. Estacionadas en filas quedaron las bicicletas. Fuera de esto no hay signos de vida en el pueblo, apenas grupos de membrilleros silvestres que crecen por los corridos, oponiendo resistencia al calor.

8 de abril de 2035
Mediodía
El viento arrastra una bola de pelos por los adoquines de la plaza.  La veo girar, hacer un recorrido de pocos metros, hasta que una raíz superficial la detiene y allí se queda, crispada. Son muchas, centenares de bolas de pelos. La brisa las mueve sin dificultad, pero la mayoría queda atrapada en el césped y producen montículos suaves en todas las extensiones sombreadas.

10 de abril
8:30 a.m
He regresado a la plaza después de caer toda la noche en un sueño profundo. Soñé con monos. Uno de los monos tenía barba blanca y un sombrero de aletas; creo que era Charles Darwin. En la plaza, avanzo la vista por la tierra. Es a los pies de los árboles donde hay más de estos mogotes. Camas y camas finas de pelos parduzcos sitiadas en los alrededores, como si hubieran esquilado no sé qué tipo de osos del cielo. La plaza guarda el silencio de un cigoto. Todo en general huele a embrión, a carne recién formada. Este olor me abruma, es el olor penetrante de un museo de niños fallidos.

14 de abril
Noche
Me ha brotado una endemoniada alergia en la piel. Tengo parches blancos. Pierdo cabello rápidamente. Me pica todo. Hasta los párpados me pican. Me habré rascado tan fuerte que se me han caído las cejas y las pestañas.

15 de abril
Estoy aislada en este pueblo. No hay señal móvil. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir de aquí? Tomo asiento en una banqueta. Lo más popular de Peraza era su plaza llena de monos. Ahora sólo hay este gesto de primera vez en todas las cosas. Los monos no pueden haber muerto. Dicen que antes y después de la gente estaban los monos de Peraza. No sé qué hago aquí. Estoy metida en un vaciadero.

Mediodía
Me siento en la acera a llorar. Soy una mujer calva llorando en un pueblo abandonado.

20 de abril
Ya no soy la misma mujer que llegó a Peraza hace trece días. Soy un paisaje distinto. Después de perder todo mi cabello, toda la pequeña lana de mis brazos, los vellos de mi vulva, un pelo grueso y marrón se ha ido apropiando de mis partes. Mis piernas están llenas de pelos largos, comunidades de islas peludas crecen y se fusionan. Surgen en mi piel, como si siempre hubieran estado debajo, esperando un error del tiempo.

22 de abril
Un mogote de pelos cae del árbol que me da sombra. Aterriza entre las raíces. Me yergo, por instinto. Detrás de éste cae otro, y otro, y otro más. Estas bolas de pelos provienen de los árboles, ahora lo sé. Nada se me ocurre excepto que a los monos se les está cayendo el pelo. ¿Pero dónde están? Dedico unos minutos a observar entre las ramas. Camino hacia el pie de un samán. Allí, una imagen me trastorna. Arriba, agarrados de las ramas a modo de cabrestantes, hay seres humanos.

Están desnudos, calvos. Todavía hay mechones de pelos en sus cráneos. Retrocedo. Reviso cada árbol de la plaza. Las copas de los árboles están cundidas de seres humanos. Se contemplan entre sí. Húmedos, ensangrentados, todavía cubiertos por una membrana serosa. Un escalofrío me estremece. Estos son los monos de Peraza. Han estado cambiando en las copas de los árboles, han estado vengándose de nosotros a escondidas.

25 de abril
Encontré al chofer del jeep sentado en una banca de la plaza. Trae la cara y los brazos cubiertos de pelos parduzcos. Durante horas se ha ido sumando más gente. Niños, ancianos, mujeres, hombres. Vienen cabizbajos, humillados, cundidos de pelos. Formamos grupos tristes y homogéneos bajo las macizos. Nadie se queja. No había visto gente tan sosegada en mitad de un castigo. Todos esperamos el momento de regresar. Hay paz.

Ya no sé qué día es hoy
Los nuevos seres humanos bajaron, iban tropezándose con las cosas. No es para menos. Dejamos un mundo hecho, perfeccionado en miles de años. Les toca aprender a legislar, educar, construir, escribir, fundar sobre lo habido un mundo nuevo. Estoy a mitad de un instante íntimo entre la naturaleza y nosotros. Si estoy soñando perdí toda esperanza de despertar: Los monos de Peraza evolucionaron en mis narices, y nosotros, desterrados, equivocados, malditos, esperamos el momento de regresar a los árboles.












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