SOBRE EL VERBO PONER
Escrito por Sol Linares |
Una gallina llamada Emperatriz abre los ojos. Justo en ese instante, a la altura de su corazón de gallina ―museo de las formas más antiguas del miedo―, algo cruje. Cruje desprendiéndose, en gerundio. De nuevo es esa cosa. Algo, como un dolor redondo, baja de nuevo hacia su esfínter. Es el ducto por el cual una gallina puede hacer varias cosas sin tener consciencia: comunicarse con el exterior, contar los días, ser violada, cagar, y por supuesto, volverse señora. Señoras siempre son, desde chicas. Es la única forma de nacer señora; naciendo gallina. Gallina-gallinae, ovarium obsesivo, loco, testarudo. ¡Oh, si supiera lo bella que se pone cuando finge estar atenta a sí misma! La más abnegada de las ignorantes, la más feliz de las desdichadas. Tan insignificante, que gallina es gallina hasta en latín. De nada sirvió ser nombrada por la lengua del Imperio Romano si nunca derivó en una inflexión, en un adorno romántico. Apenas puede tener alma de apellido. Gallina De. Así parece su alma. Y es tan feliz. Excepto cuando baja esa cosa. Cuando baja esa cosa se asusta tanto y si de casualidad se queda dormida para evadirse, sueña con Mary Wollstoncraft. Y ahí viene de nuevo, eso como un dolor redondo.
1 Comments
Asombrosa inteligencia.
ResponderEliminar