SOBRE EL VERBO PONER

by - mayo 21, 2018


Escrito por Sol Linares

           
Una gallina llamada Emperatriz abre los ojos. Justo en ese instante, a la altura de su corazón de gallina ―museo de las formas más antiguas del miedo―,  algo cruje. Cruje desprendiéndose, en gerundio. De nuevo es esa cosa. Algo, como un dolor redondo, baja de nuevo  hacia su esfínter. Es el ducto por el cual una gallina puede hacer varias cosas sin tener consciencia: comunicarse con el exterior, contar los días, ser violada, cagar, y por supuesto, volverse señora. Señoras siempre son, desde chicas. Es la única forma de nacer señora; naciendo gallina. Gallina-gallinae, ovarium obsesivo, loco, testarudo. ¡Oh, si supiera lo bella que se pone cuando finge estar atenta a sí misma! La más abnegada de las ignorantes, la más feliz de las desdichadas. Tan insignificante, que gallina es gallina hasta en latín.   De nada sirvió ser nombrada por la lengua del Imperio Romano si nunca derivó en una inflexión, en un adorno romántico. Apenas puede tener alma de apellido. Gallina De. Así parece su alma. Y es tan feliz. Excepto cuando baja esa cosa. Cuando baja esa cosa se asusta tanto y si de casualidad se queda dormida para evadirse, sueña con Mary Wollstoncraft. Y ahí viene de nuevo, eso como un dolor redondo.

Ella se asusta. Mira fijamente dos cosas: por un ojo mira el aguadero y por el otro ojo la rueda abandonada de una bicicleta. Casi se reprocha mirar dos cosas al mismo tiempo sin entenderlas. También abre ligeramente el pico, como lo hiciera Greta Garbo cuando va a besarla quien la ha humillado. Ahí viene. Viene eso redondo y mostaza (no lo sabe, y tal vez no lo sepa nunca, que una gallina está llena de crepúsculos. Que todos los días el sol se mete en ella y sale por la cloaca). Ahí viene. Va a escapar y por eso se queda quieta. Estira el cuello. Grita: cló-cló-cló. Y pone un huevo.

Sus esfínteres laxas caen en un abismo interior, en el basurero de sí misma.

A pesar de su cara agotada, como si acabaran de persuadirla en un juicio conducido por Ulpiano donde resulta culpable, Emperatriz estrena su nueva y ovalada maternidad. Se trata de un óvalo que aunque lo ponga cada veinticuatro horas, todavía sigue naciendo. Éste es un huevo persistente, casi piensa. Y como las gallinas piensan en gerundio (en ellas todo está aconteciendo una y otra vez), su pensamiento es más o menos así: “siendo un huevo persistiendo”. Si alguien las escucha pensar pudiera confundir aquel estribillo con portugués, de manera que cuando una gallina cree que existe, dice: siendo gallina. Cuando una gallina picotea un ciempiés, piensa en gerundio “pobre ciempiés corriendo tan lento con tantas patas”. Por eso si una gallina aprende inglés sólo se aprende los gerundios, eating, running, flying, sleeping, con la ventaja de aprenderse sólo los verbos que la explican como gallina, ni más ni menos. Es que uno debe aprender de una lengua sólo los verbos que usa, explicó Emperatriz a una gallina que en aquella ocasión contaba lo que había hecho en el día: “gallina poniendo”. Se entiende que una gallina se siente a gusto cuando sueña que una azafata le dice: your boarding pass, please.

Emperatriz está afligida. Cree que el huevo de hoy es el mismo huevo de siempre. Por eso su rostro desesperado, asediado por un déjà vu.

Supone que algo en ella anda mal, porque debe estar muy mal una gallina que pasa su vida poniendo el mismo huevo. Gallina poniendo, piensa. Es un déjà vu que se atraganta en el esfínter y se empuja como un dolor redondo. Una repetición sin sentido, a merced de un látigo que cae en la misma herida. Cualquier gallina cree, por lo tanto, que todos los meses son agosto, que en el mar sólo viven mantarrayas, que en el mundo sólo hay ciudadanos Hemingways; que las rockolas sólo repiten la canción de Thurley Richards, I Heard the voice of Jesús; que los pobres camaleones están destinados para siempre a imitar un tablero de ajedrez, y que los millones de escritores escriben a la misma hora “La conjura de los necios”.  Así, una gallina estaría de acuerdo con Miguel Hernández cuando dijo “boca poblada de bocas, pájaros llenos de pájaros”. Las cosas llenas de las cosas. ¿Gallinas llenas de gallinas? Emperatriz sacude la cabeza, no soporta un pensamiento tan falaz. Una gallina no está llena de gallinas; está llena de un huevo que nace todos los días a cada rato.

Pero esta vez Emperatriz da un salto en el nido porque justo en este instante se le acaba de ocurrir (ocurriendo) una gran idea. ¿Y si le pone nombre a cada huevo? ¿No quedará resuelta su incertidumbre? Por primera vez está feliz, y siente tanta compasión, tanta desdicha por las otras gallinas que, ignorantes y lerdas, llenan los cartones con el mismo huevo todos los días.

Con ponerle un nombre a cada huevo (Ernesto, Juancho, Desdémona), cada óvalo será irrepetible. Empollaría con cierto sentido del futuro, planearía a tientas la vida que puede tener un huevo llamado Ernesto, por ejemplo. Ahora que lo piensa bien (pensando), nada le daría más orgullo que poner huevos de escritores y cantantes. Si promueve una atmósfera intelectual, Ernesto pudiera algún día escribir “La conjura de los necios”, y Desdémona cantar “I heard the voice of Jesús” y Juancho ser un ciudadano Hemingway.  


Pobre Emperatriz, no sabe que Jhon Kennedy Tool jamás vio publicada su obra. Que después de cantar la canción, Thurley Richards quedó mudo, y que Hemingway se voló la tapa de los sesos con una escopeta.


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