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Sol Linares

DICCIONARIO SENTIMENTAL DE VERBOS

ESCRITO POR: ANDRÉS ROJAS



Paul Gauguin


La macilla de este raro verbo tiene su raíz en el verbo extrañar. Según el ladrillo del DRAE, extrañar tiene 8 acepciones, sólo apostaré a las 4 primeras:

Desterrar a país extranjero:
Si nos destierran, extrañamos porque nos vuelven ex-traños. Cuando se desplazan pueblos (práctica muy consecuente históricamente de los Imperios) los despojan de su tierra y así los echan al lado borroso de la historia; les arrebatan las raíces y el sentido de pertenencia y los dejan viendo la puerta cerrada de la que otrora fue su casa. Es interesante que tengamos que padecer esto para ¡por fin! entender acepciones tan vitales (y manoseadas) como Patria, Nación y Soberanía. No es este el espacio para discutir sobre los que se autoextrañan por razones pueriles o por moda pasajera.

Ver u oír con admiración o extrañeza algo: 
En este caso nos pasa que algo deja de resultar familiar, sólo que esta vez estamos dentro de casa y lo “extraño” se encuentra fuera. Práctica de la costumbre. Domesticación del Asombro. Olvidándonos que este último es el “único que nos salva”.

Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual: 
A veces empezamos a extrañar por efecto del contraste, es el uso de “algo nuevo” lo que nos revaloriza aquello que hemos vuelto cotidiano.

Echar de menos algo o alguien, sentir su falta: 
Hasta ridículo es lo fácil que nos acostumbramos a algo, lo pronto que lo trasmutamos paisaje cotidiano. Nos aferramos a peroles, a un trabajo, a un olor y hasta a un cuerpo…en especial, a los olores y los cuerpos. Nos habituamos horrorosamente a una manera de hacer el amor, y olvidamos la inevitable necesidad de entender que ello es abrir una sutil ventana temporal. Andamos llenos de aparatos inútiles para atrapar la fugacidad de los instantes. Y aun si lográsemos “detener” o “retener” algo o a alguien, olvidamos que el cambio es inherente y la necesidad de “reencontrarnos” para huir de la extrañeza. Extrañar está lleno de equívocos, y por ello a veces no se puede dar el salto a extrañamar: Afirmamos extrañar a un ser querido que ya no está. Es alarmante cómo esta acepción abunda en canciones, poemas, frases, etc. Si extrañar viene de extraño, ¿cuándo se volvió extranjero lo que no hemos dejado de amar? Mejor es asumir que el significado de extrañar es cuando estamos en una situación que no es común para nosotros y nos parece extraño estar en esa nueva situación. Entonces, ¿qué palabra debemos usar cuando duele una ausencia? El mataburro no auxilia: nos remite a nostalgia o añoranza. Nostalgia es cuando sentimos pena por algo que ya no está a nuestro a lado o algo que no podemos experimentar, y añoranza es cuando recordamos algo que se ha perdido y no volveremos a tener. Por ello apostamos a extrañamar: El dolor o placer por lo ausente que no se ha renunciado a Amar. Prevenidos eso sí, de no caer en la trampa melosa de la palabra “nostalgia”. Ahora si se asume con entereza la pérdida para siempre, cabálguese en la palabra añorar; siempre y cuando no esconda cierta cobardía.

II

Amar de manera extraña
Amar de manera inesperada. Que no te vean venir. Que sientan, como nos advirtió Cortázar, sólo el estacazo que te deja regado en medio del patio, o de la playa, o de la cama. O mejor: quedar con el corazón lleno de relámpagos: ni oscuro ni verdaderamente claro (Freddy Ñáñez). Yo lo digo así:

El extraño amor de encontrarte en todas partes
donde no estás


Extrañar el mar
Amo al Mar. Lo amo por consecuente y por recibirme sin aspavientos. ¿Cuántos amores logramos concretar así? De igual manera me entrego y sumerjo en él o ella: los pescadores le dicen la mar. Me desnudo de cuerpo y alma. Y me lava, me limpia de tiempo y rémoras: Un parpadeo del mar; Una perplejidad sin rumbo: Y se me envejecieron varias generaciones. Dijo Edgar Méndez: el mar no es solo presencia, es también memoria que se desvanece. Vengo de una separación umbilical: nací a orillas del mar y me separé de él. Desde entonces cumplo, cada equinoccio austral, el obligatorio ritual de recalar a mi playa.

El mar es un monstruo benévolo
Y un Dios sin pretensiones
Sólo presencia
Eternidad
Eso lo garabateé cuando cumplí cincuenta años. Intento inútil de sacarme una angustia que aún me persigue, una deuda con él.




Andrés Rojas (Cabimas)





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Por Sol Linares

Banksy


***

A Migaja


—Homenaje viene del provenzal homenatge —dijo Roberta Flack muy borracha cuando terminó de cantar killing me softly.
Y qué. El origen de la palabra homenaje es una total porquería, un desastre babilónico. Yo, yo no siento hostilidad directa hacia las manifestaciones públicas de respeto. Es solo que me emputan los homenajes a personas que se vuelven notables solo después de que estiran la pata. No tolero ese tipo de blabladas post mortem. A Galileo Galilei lo mató la inquisición por hereje; casi cuatro siglos después el papa Juan Pablo II pide perdón oficialmente y publican un libro sobre Galileo y Copérnico para poner fin a la controversia. ¿Qué, qué es un perdón oficial? ¿Cuántos libros de Tolomeo compraría Galileo con un perdón?
—Eppur, se muove —Dijo Galileo antes de que lo condenaran.
¿Cuántas salchichas se compró Van Gogh con el dinero de las exposiciones en el Museo de Orsay? ¿Cuántos abrigos para el frío de Praga se compró Kafka con la venta de Metamorfosis? ¿Cuánta tinta para sus cartas Emily Dickinson? ¿Cuánta picadura de tabaco Nerval, antes de irse? ¿Cuántos antidepresivos logró comprar Kennedy Toole con la venta de La conjura de los necios antes de asfixiarse?
            —Fumo para homenajearme cada día —dije después de que un borracho me encendiera el cigarrillo.
            —Sol —carraspeó Roberta—, me parece que te estás poniendo intensa.
            —Tú te pusiste intensa medio siglo con killing me softly y hasta ahora nadie se ha quejado —y partí una botella contra la barra para aprovechar de cortarme una vena.
            Nada se cortó. El filo del vidrio ni siquiera rozó mis tendones. La música se detuvo. Los borrachos guardaron silencio. El bartender interrumpió su conversación sobre la uretra. Todos me miraron.
            —Chica —balbució Roberta—, estás perdiendo el glamour.
            Yo, como nunca había intentado partir una botella y suicidarme al mismo tiempo, me acomodé la tira negra del sostén que combinaba con el rímel regado de mis ojos y grité:
            —¡A mí me hacéis homenaje estando viva o no me hagáis un coño!
            —¿Y esta mamarracha por qué habla así? —le preguntó un borracho a otro.
            —¡Porque se me pega la gana hablar en el español de castilla cuando me pongo solemne! —grité colérica.
            El dueño del bar se levantó de la mesa en señal de precaución. El vigilante salió de las sombras y dijo cruzándose de brazos:
            —¿Qué te traes, Galilea Galilei?
            —Hambre, lo que traigo es hambre —Dije.
Igual me subí a la barra, desde donde les miré bastante borracha, como si tuviera en la cabeza la noche estrellada de Van Gogh. Fue bello. Parecía una Zaratustra rellena metanfetaminas, limón y bicarbonato de sodio. Apagaron la música. Los borrachos hicieron silencio, algunos me rodearon. Luego proferí, apuntándoles con el pico de la botella: 
            «No vengáis vosotros a brindar por mí después de muerta, en recitales de poesía o en congresos de narradores. Dadme ahora el vino, los canapés, que tengo hambre y sed, y estoy joven, y estoy viva.»
            Como era todo un caballero el guitarrista de la banda de Roberta Flack, comenzó a acompañarme con arpegios.
«No corráis a concederme premios por novelista equivocada cuando muera. Dadme todo ahora para pagar pasaje, comprar bistec, filetitos de merluza, comer con Manu helados de turrón, llevar a mi madre a Santorini, navegar con Dano en un velero, fundar una casa para viajeros con Josué… Ahora que estoy viva, y puedo, y mi silla de ruedas no ha venido a buscarme.»
Roberta se empinó un trago, le escuché decir shit.
«No me dejéis envejecer o morir para otorgarme el Premio Nacional de Literatura. Dadme esa pensión para comprar cigarrillos, pagarme un diplomado de cine, comprar cremas humectantes, condones, cervezas, un Volkswagen amarillo en buen estado, ahora que estoy joven y estoy viva.
¡Ah, por favor, no celebréis el día de mi muerte en carteleras de escuelitas! ¡Invitadme ahora que no tengo alzheimer y aún puedo decir algo verdadero de mí misma!
¡No vengáis, exitosos ensayistas, a escribir suculentas críticas sobre mi obra después de muerta! ¡Salgamos de esto de una vez y envíen sus insultos a sol.linares.r@gmail.com ahora que estoy viva y no quiero defenderme!
¡Y vosotros, los hombres de corbata, sin huellas dactilares de tanto pasar páginas, no corráis a darme doctorados honoris causa cuando haya muerto! ¡Vamos, hacedlo hoy, que puedo conseguir un mejor empleo y comprar desparasitantes, píldoras con dihidroergotamina para la migraña, ahora que estoy viva, y sufro de jaqueca y lombrices!».
—Hay mujeres que salen como de las novelas de Henry Miller, ¿no es cierto? —Preguntó el vigilante a alguien que lloraba.
«¡No esperéis que me suicide! ¡Me niego a calcinar mi cabeza en un horno hirviente! ¡No esperéis tal cosa para homenajear a Sol Linares en ferias de libros después de muerta! Hacedlo ya, que puedo comprar libros de Bolaño, poner cara de “como agua para chocolate” y caminar del brazo de mi amante y convencerlo, oh, convencerlo de que pasea con una gran mujer, ahora que estoy viva y puedo ser amada.»
—¿Cómo se llama la señora? —Preguntó el dueño del bar al vigilante.
«¡Alcaldes del mundo, no me déis las llaves de la ciudad después de muerta! ¿Qué puertas abre uno con eso? ¿Y dónde? ¡Mejor prestadme una casa en la montaña, con la nevera llena de vinos y morcillas, para escribir una novela que se titule Kamala Gotama, ahora que estoy viva, y soy útil!
¡Y vosotros, lectores, no leáis en moteles baratos párrafos de mis libros después de muerta! Más bien llamad a este número (0272-3485397) y leed en voz alta aquellas cosas que ya no recuerdo que escribí, ahora que estoy viva y no estoy sorda!
Cuando muera, ¡ah, cuando muera!, no saltéis a escribir mi biografía. Escribidla ahora para reírme a carcajadas de mis crueldades, de mis ternuras, de mis errores, ahora que estoy de buen humor, y estoy viva.»
El guitarrista, un hombre hermoso de cabello largo con quien me hubiera gustado pasar la noche si no estuviera casada, le sacaba a las cuerdas mi indignación.
«Y por favor, por favor, os suplico, no vayáis a malgastar el dinero público en lindos epitafios para la Sol de Skuke. Mejor ayudadle a pagar los gastos de mi muerte a mi pobre madre, que se angustia por todo, por el féretro, la cremación, por la sopa de hueso para los invitados, las velas, el café, las pocas camas, que si reza o no reza a alguien que no fue cristiana. Ayudadla, ayudadnos, que somos muy pobres, que morir es tan caro».
Los borrachos aplaudieron. Aplaudieron mucho, como si tuvieran en las manos cascos de caballo. Roberta Flack bebía tequila con lágrimas. Yo bajé de la barra toda Eva Perón, diciendo ya por último:
—Y por lo que más queráis, no dejéis entrar a Christian Valles a mis pompas fúnebres, no dejéis que la presidenta del Cenal lance sobre mi cadáver las rosas negras de sus ojos fríos.
Agotada, me desvanecí en una silla. La luz de un bombillo de 120 watios me arropó, dándome un aspecto trágico y alquiladizo; parecía la mismísima mujer de Sófocles. Una vieja borracha salió de las sombras.
—¿Dónde dijo que puedo comprar su libro Kamala Gotama?
Cuando salimos, Roberta y yo, cantando killing me softly with his son, eran las seis de la mañana. La ciudad estaba iluminada por una luz como de huevo por dentro.

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Del libro "La circuncisa".
De Sol Linares

Tesa González


A Tato

            El niño vive en la casa que dibuja. Cabe en la hoja exactamente lo que tiene. Por esa ventana irregular, más grande que la puerta, es por donde el niño se asoma. Esa puerta, pequeña, ladeada ligeramente hacia un lado como si fuera a derribarse, es la puerta por donde entra la madre del niño que dibuja. Ese perro, con las patas achaparradas, como salidas de los costados, es el perro que el niño que dibuja, acaricia. Esa gallina, más grande que el perro, es la gallina que se come el maíz que el niño que dibuja, le arroja. Ese sol que sonríe a escasos centímetros del techo de la casa, es la esfera que entibia al niño que dibuja. Eso, que el pincel traza como si lo estuviera escupiendo, como si el mundo estuviera constreñido en los tubos del óleo, es lo que el niño que dibuja posee. El niño pinta de azul lo que conviene pintar de azul y ningún otro color podrá oponérsele. Se entiende entonces que la hoja blanca o la pared, no es una hoja, o una pared, sino un espacio para ajusticiar cualquier cosa de naturaleza ideal, y en adelante el cuadro colgado, por decir, no es un cuadro colgado, sino un mundo que no se derrama y que por fortuna tampoco cambia, y que un espejo no es un espejo, sino un agujero en el que nadie entra y del que nadie sale, y que un afiche no es un afiche, sino la sentencia de una gran admiración, y que una guirnalda no es una guirnalda, sino el símbolo de la ternura, y que un retrato no es un retrato, sino un hombre asustadizo, que los peluches no son peluches, sino un gesto amistoso que tarde o temprano debe devolverse, que un título no es un título sino un beso al jinete, que un papagayo no es un papagayo sino una mano larga, que la cabeza de un toro no es la cabeza de un toro, sino la hazaña de un cobarde, que un rifle no es un rifle, sino una ventaja contra el desarmado, que un delantal no es un delantal, sino una piel indolora y lavable, que un ula-ula no es un ula-ula, sino un círculo dentro de otro círculo con tornos apasionados, que la lámpara no es lámpara sino el hogar insospechado del agua, que el almanaque no es almanaque sino una garza aplastada en el miedo, que la guitarra no es guitarra sino una cueva sin zorros, que las medallas no son medallas sino aplausos, y así, todo una cantidad de sentidos que pueden sostenerse atornillados a un ramplú y luego ser expuestos por alguien que cree en lo que cuelga y en lo que exhibe.
Si concedemos a esta explicación una primera ventaja, es el niño el primero en dibujar las cosas cuando son intensamente lo que son, por lo que le basta una casa con tan sólo una puerta por donde se pueda entrar y salir, con una única calzada que conduzca a ella, un único cielo donde caben el sol y la luna, y sus padres, acuarelados, acreyonados, por lo general más grandes que la casa, caminan juntos sobre la caliza y nunca se separan. Aunque esto último no sea cierto, y venga a ser, en resumen, el único error de la pintura.
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Por Sol Linares



¿Han conocido personas-jazz? ¿Personas-calipso? ¿Personas reggae?



A Dano y Tilo


Dijo Louis Armstrong: nunca oí cantar a un caballo. Yo tampoco, qué tontería. Los caballos no cantan; piensan. Pero los he oído sonar. ¿Qué cómo suena un caballo? Explicaré esto mediante el estatuto de la última borrachera metafísica.
Llamo borrachera metafísica a la sincronización de dos o más seres humanos que se afinan entre sí para producir en armonía un pensamiento absoluta y emocionalmente orquestado bajo los efectos del alcohol. Estas borracheras se dan a veces en el patio de Mamushka, entre el romero y una mata de guayaba con escabiosis. Una conversación en la que cada uno, en la trama de su ritmo y textura, aporta a la banda improvisada su instrumento: el delirio. Viene a cuento porque, de cada una, van surgiendo fantásticos estatutos. Como por ejemplo aquel estatuto memorable en el que dimos por sentado, muy borrachos, que el color sí existe, que cómo es esa falta de respeto a los colores, cómo que nada más son un fenómeno en que los objetos absorben la luz y la reflejan. Respeten a los colores.
—Los objetos azules son azules y saben a azul, y mancharían todo de azul si pudieran —concluimos.
Aquella noche los colores aplaudieron el argumento de los oradores y la vida continuó llena de anarquía sentimental y dignos significados. Hasta hace poco. La última borrachera metafísica se dedicó al sonido y decidimos, por unanimidad, que el mundo suena.
Todo borracho que se respete se pone cósmico en algún momento de su trance, así que argüimos que cuando el universo fue creado, cuando el átomo se postuló como el máximo organizador de la materia, también incubaba en él todas las notas musicales. ¿No es bello esto? Alguien, cualquier físico que no esté borracho pudiera decir: el sonido es la propagación de ondas mecánicas percibidas por un receptor. Coño, respeten a los sonidos, por lo que más quieran.
—Nosotros, los anarquistas sentimentales del romero decimos: un átomo suena.
Dentro de la composición del átomo se halla una disposición a sonar. Luego los átomos se organizan de formas tan infinitas (una estrella, una silla, un vaso, una lombriz) que producen eso que llamamos la armonía del universo. Cada cosa en el mundo, desde la más pequeña hasta la más grande, suena. Si usted se detiene en mitad del bosque todo su cuerpo percibirá la vibración de cada ser, desde el corazón de los pájaros, las hormigas que devoran una serpiente hasta las ramas que toca el viento, en un sonido aplastante. Un huevo eclosionando, del que sale medio atontada la cabeza de una tortuga, dentro de la cual también se están generando sonidos (los pulmones, el estómago, etc), produce un sonido muy especial que se suma inmediatamente al gran sonido del mundo.
Pudiéramos decir, poéticamente hablando (la poesía es la comprobación espiritual del átomo), que es en la naturaleza de la composición de la materia en la que reside la calidad de cada sonido. Rasgar un pétalo de una rosa suena muy diferente a rasgar el pétalo de un libro, ¿no es cierto? Cada cosa suena de forma muy particular, de manera que cada cosa produce su propia partitura. ¿Conocen las partituras del corazón? ¿Han leído en el pentagrama sentimental los acordes del batir de alas de una libélula? ¿Cuáles son las notas que hay en un beso? ¿Qué acordes produce la ira? ¿Cómo suena el suicidio? ¿A qué suena la sociedad? ¿Qué notas hay en la guerra? ¿Qué notas hay en el llanto de un niño? ¿En el aullido de un lobo? ¿Cuáles son las notas del alfabeto? ¿Qué notas tienen las voces de la gente que amamos?
Es que las personas también tienen su sonar.
Esta idea nos zafó la cabeza por un buen rato. Tanto, tanto, que Tilo no pudo tocar la guitarra y eso es bastante decir. ¿Se ha preguntado usted cómo suena? Hay personas estridentes, graves, agudas, chillonas, serenas, percutivas. O lo que es lo mismo: hay personas-timbales, personas-guitarra, personas-flauta, personas-xilófono, personas-tuba, personas-trompeta. Esa marca rítmica que cada uno de nosotros posee en el fluir con la vida refleja, de cierta manera, nuestra única y especial partitura: nuestro timbre de voz, la forma de arrastrar una silla, cerrar una puerta, perseguir una cucaracha, gemir en el sexo, decir te amo, sonar las pulseras, cruzar una pierna, reír, llorar, rascarse la garganta. ¿Han conocido a personas-jazz? ¿Han conocido personas-calipso? ¿Personas-reggae? Incluso, ¿sabía usted que suena distinto en cada situación? ¿Sabía usted que cuando tiene pareja, se juntan dos instrumentos musicales? Correcto, también hay parejas jazz, parejas vallenato, parejas reggaeton. Pero, es que hasta la amistad es un asunto de saber sonar con otro.
Tanto es sonar el mundo, que nuestra intolerancia a los seres humanos en gran medida se debe a una intolerancia auditiva.
—A veces no estoy de humor para la gente —dijo Dano perplejo por su descubrimiento en el que dejó ver que su misantropía radica en un problema de oído—. Todo depende del oído con el que amanezca.
Así se nos fue la noche, cambiando leyes físicas por leyes sentimentales. Por ahí Mamushka tropezó la guitarra de Tilo y Dano, llevándose las manos a la cabeza, con esa gravedad de un monje borracho, sonó:
—Una guitarra es como una persona narizona. Hay que tratarlas con cuidado.
En fin. Nada es mudo. Ni siquiera el ojo que parpadea.

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Sol & Janis. Fotografía: Atilio Saavedra

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AGRADECIMIENTO


AL LECTOR

No sé quién eres. Ni cómo es tu rostro. Ni dónde estás. No sé cómo es tu vida, si eres feliz o sufres. No sé cuál es el paisaje que ves por tu ventana. Ni cuáles son tus fobias o en qué piensas cuando caminas. No sé si eres hombre o mujer. Sin embargo, quiero agradecerte a ti lector, lectora, que desde Venezuela, Estados Unidos, Colombia, Chile, Argentina, Francia, España, Brasil, Nicaragua, Portugal, México, Irlanda, Ucrania, Alemania, Rusia, ¡Alaska!, entras a este espacio y te quedas un ratito. Mi blog es mi casa, gracias por entrar y leer. Siempre digo: Al final uno escribe para ser acompañado y acompañar a otro ser humano que se encuentra en cualquier lugar del mundo, viviendo (como yo) cosas universales dentro de su propia particularidad. Justamente conectar con eso, contigo, es el milagro de la literatura.


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