SOBRE EL VERBO EXTRAÑAMAR (conjugación antes del destierro)

by - septiembre 24, 2018

ESCRITO POR: ANDRÉS ROJAS



Paul Gauguin


La macilla de este raro verbo tiene su raíz en el verbo extrañar. Según el ladrillo del DRAE, extrañar tiene 8 acepciones, sólo apostaré a las 4 primeras:

Desterrar a país extranjero:
Si nos destierran, extrañamos porque nos vuelven ex-traños. Cuando se desplazan pueblos (práctica muy consecuente históricamente de los Imperios) los despojan de su tierra y así los echan al lado borroso de la historia; les arrebatan las raíces y el sentido de pertenencia y los dejan viendo la puerta cerrada de la que otrora fue su casa. Es interesante que tengamos que padecer esto para ¡por fin! entender acepciones tan vitales (y manoseadas) como Patria, Nación y Soberanía. No es este el espacio para discutir sobre los que se autoextrañan por razones pueriles o por moda pasajera.

Ver u oír con admiración o extrañeza algo
En este caso nos pasa que algo deja de resultar familiar, sólo que esta vez estamos dentro de casa y lo “extraño” se encuentra fuera. Práctica de la costumbre. Domesticación del Asombro. Olvidándonos que este último es el “único que nos salva”.

Sentir la novedad de algo que usamos, echando de menos lo que nos es habitual: 
A veces empezamos a extrañar por efecto del contraste, es el uso de “algo nuevo” lo que nos revaloriza aquello que hemos vuelto cotidiano.

Echar de menos algo o alguien, sentir su falta
Hasta ridículo es lo fácil que nos acostumbramos a algo, lo pronto que lo trasmutamos paisaje cotidiano. Nos aferramos a peroles, a un trabajo, a un olor y hasta a un cuerpo…en especial, a los olores y los cuerpos. Nos habituamos horrorosamente a una manera de hacer el amor, y olvidamos la inevitable necesidad de entender que ello es abrir una sutil ventana temporal. Andamos llenos de aparatos inútiles para atrapar la fugacidad de los instantes. Y aun si lográsemos “detener” o “retener” algo o a alguien, olvidamos que el cambio es inherente y la necesidad de “reencontrarnos” para huir de la extrañeza. Extrañar está lleno de equívocos, y por ello a veces no se puede dar el salto a extrañamar: Afirmamos extrañar a un ser querido que ya no está. Es alarmante cómo esta acepción abunda en canciones, poemas, frases, etc. Si extrañar viene de extraño, ¿cuándo se volvió extranjero lo que no hemos dejado de amar? Mejor es asumir que el significado de extrañar es cuando estamos en una situación que no es común para nosotros y nos parece extraño estar en esa nueva situación. Entonces, ¿qué palabra debemos usar cuando duele una ausencia? El mataburro no auxilia: nos remite a nostalgia o añoranza. Nostalgia es cuando sentimos pena por algo que ya no está a nuestro a lado o algo que no podemos experimentar, y añoranza es cuando recordamos algo que se ha perdido y no volveremos a tener. Por ello apostamos a extrañamar: El dolor o placer por lo ausente que no se ha renunciado a Amar. Prevenidos eso sí, de no caer en la trampa melosa de la palabra “nostalgia”. Ahora si se asume con entereza la pérdida para siempre, cabálguese en la palabra añorar; siempre y cuando no esconda cierta cobardía.

II

Amar de manera extraña
Amar de manera inesperada. Que no te vean venir. Que sientan, como nos advirtió Cortázar, sólo el estacazo que te deja regado en medio del patio, o de la playa, o de la cama. O mejor: quedar con el corazón lleno de relámpagos: ni oscuro ni verdaderamente claro (Freddy Ñáñez). Yo lo digo así:

El extraño amor de encontrarte en todas partes
donde no estás


Extrañar el mar
Amo al Mar. Lo amo por consecuente y por recibirme sin aspavientos. ¿Cuántos amores logramos concretar así? De igual manera me entrego y sumerjo en él o ella: los pescadores le dicen la mar. Me desnudo de cuerpo y alma. Y me lava, me limpia de tiempo y rémoras: Un parpadeo del mar; Una perplejidad sin rumbo: Y se me envejecieron varias generaciones. Dijo Edgar Méndez: el mar no es solo presencia, es también memoria que se desvanece. Vengo de una separación umbilical: nací a orillas del mar y me separé de él. Desde entonces cumplo, cada equinoccio austral, el obligatorio ritual de recalar a mi playa.

El mar es un monstruo benévolo
Y un Dios sin pretensiones
Sólo presencia
Eternidad
Eso lo garabateé cuando cumplí cincuenta años. Intento inútil de sacarme una angustia que aún me persigue, una deuda con él.




Andrés Rojas (Cabimas)





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