Del libro "La circuncisa" (Monte Ávila, 2011)
Sol Linres
A Tato
El
niño vive en la casa que dibuja. Cabe en la hoja exactamente lo que tiene. Por
esa ventana irregular, más grande que la puerta, es por donde el niño se asoma.
Esa puerta, pequeña, ladeada ligeramente hacia un lado como si fuera a
derribarse, es la puerta por donde entra la madre del niño que dibuja. Ese
perro, con las patas achaparradas, como salidas de los costados, es el perro
que el niño que dibuja, acaricia. Esa gallina, más grande que el perro, es la
gallina que se come el maíz que el niño que dibuja, le arroja. Ese sol que
sonríe a escasos centímetros del techo de la casa, es la esfera que entibia al
niño que dibuja. Eso, que el pincel traza como si lo estuviera escupiendo, como
si el mundo estuviera constreñido en los tubos del óleo, es lo que el niño que
dibuja posee. El niño pinta de azul lo que conviene pintar de azul y ningún
otro color podrá oponérsele. Se entiende entonces que la hoja blanca o la
pared, no es una hoja, o una pared, sino un espacio para ajusticiar cualquier
cosa de naturaleza ideal, y en adelante el cuadro colgado, por decir, no es un
cuadro colgado, sino un mundo que no se derrama y que por fortuna tampoco
cambia, y que un espejo no es un espejo, sino un agujero en el que nadie entra
y del que nadie sale, y que un afiche no es un afiche, sino la sentencia de una
gran admiración, y que una guirnalda no es una guirnalda, sino el símbolo de la
ternura, y que un retrato no es un retrato, sino un hombre asustadizo, que los
peluches no son peluches, sino un gesto amistoso que tarde o temprano debe
devolverse, que un título no es un título sino un beso al jinete, que un
papagayo no es un papagayo sino una mano larga, que la cabeza de un toro no es
la cabeza de un toro, sino la hazaña de un cobarde, que un rifle no es un
rifle, sino una ventaja contra el desarmado, que un delantal no es un delantal,
sino una piel indolora y lavable, que un ula-ula no es un ula-ula, sino un
círculo dentro de otro círculo con tornos apasionados, que la lámpara no es
lámpara sino el hogar insospechado del agua, que el almanaque no es almanaque
sino una garza aplastada en el miedo, que la guitarra no es guitarra sino una
cueva sin zorros, que las medallas no son medallas sino aplausos, y así, todo
una cantidad de sentidos que pueden sostenerse atornillados a un ramplú y luego
ser expuestos por alguien que cree en lo que cuelga y en lo que exhibe.
Si
concedemos a esta explicación una primera ventaja, es el niño el primero en
dibujar las cosas cuando son intensamente lo que son, por lo que le basta una
casa con tan sólo una puerta por donde se pueda entrar y salir, con una única
calzada que conduzca a ella, un único cielo donde caben el sol y la luna, y sus
padres, acuarelados, acreyonados, por lo general más grandes que la casa,
caminan juntos sobre la caliza y nunca se separan. Aunque esto último no sea
cierto, y venga a ser, en resumen, el único error de la pintura.
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