Julia Lillard |
Al grupo de La Tetera Narrativa
La web está llena de recomendaciones para principiantes: cómo poner un condón, cómo perder la virginidad, preparar sushi, hablar con un chino, sembrar una mata de limón, cortarse el cabello, pedir matrimonio, saber si nos están montando los cuernos, cosas así. Escribir no queda fuera de esta lista; muchas personas me piden consejos que puedan usar a la hora de sentarse a escribir o comenzar una historia. Pensando en ello, intenté sintetizar en este verbo aquellos elementos que (desde mi experiencia de ensayo-error-fracaso-éxito-desmadre-expectativas rotas-aplausos) me han dado resultado. Como saben, abordar el oficio de narrar desde nuestras propias murallas tiene cabida si partimos del principio de Saint-Exupéry, ese que dice que “cada estrella fija una dirección verdadera”. La mía tiene la marca de una obsesión que puede resultar o no, útil a quienes deseen emprender el oficio de la escritura. Se llama lector-a. La cosa nostra. Esa figura promueve mi laboratorio de seducción (usted y yo sabemos que escribir es seducir, persuadir, conquistar). Incapaz de decir para quién escribo, al menos sé que no escribo para los inocentes, lo cual hace todavía más emocionante la conquista de un lector(a) y toda maniobra futura. Si nota en estas fórmulas personales una tendencia medio esquizoide, es cierto:
1. Elija un lector imaginario. Hace años me inventé uno; inteligente, risueño, polifacético, pero con muy poco tiempo para leer, cosa que me obliga a luchar por cada minuto de su atención. El cuento, por ejemplo, representa la oportunidad de vencer momentáneamente la psicología de un lector que adquiere un libro justamente esperando que eso ocurra: que usted venza su resistencia, incredulidad y suspicacia. Invéntese un “lector” que le genere niveles de exigencia y le ayuden a superar sus propios límites.
2. No subestime a sus lectores. Esto es, no le ahorre sufrimientos, ni
verdades, ni experiencias. ¡Mucho menos caiga en la tentación de escribir fácil
para que lo entiendan! Si partimos del error de que el lector es ignorante,
prejuicioso y básico, nuestro esfuerzo no tendrá sentido y nuestra literatura perderá ímpetu. Que nuestra escritura no sea complaciente, ni cobarde, ni cómoda, ni
siquiera moralmente hablando. Escribir es un asunto de valentía y honestidad.
El lector agradece cuando usted tiene la valentía de decir las cosas justamente
como son. Además, en literatura, como en la vida, escribir con miedo y sin
convicción desencadena una terrible infelicidad.
3. Ignorante como soy, y autodidacta, juro que la imaginación es todo cuanto
tengo. Imaginación e intuición. Es necesario concederse la libertad de imaginar
lo imposible; cada cosa imaginada nace a su vez con una forma muy particular de
ser expresada. La imaginación completa el conocimiento que ya tenemos de las cosas.
4. El absurdo no merece ser justificado, o argumentado. Si ya la realidad tiene el defecto de estar fundada sobre soberanos absurdos que nadie explica, el terreno de la ficción lo necesita todavía menos.
5. Evite abordar la descripción de un
personaje, objeto u evento con una mirada cansada o acostumbrada. Describir por describir, entumece características realmente vivificantes que pueden estar esperándonos
agazapadas en las cosas. En verdad, encuentro belleza en este recurso si uno se
va a la caza de nuevas cualidades, pequeñitas pero significativas. Una narrativa
viva compone diversos sustratos, informaciones sutiles y poderosas. Salir de
ese estado de confort donde todo es lo que parece, practicar una mirada inconforme, novedosa, nos evita describir lo obvio y nos obliga a penetrar en las zonas marginadas
por la luz, por la costumbre.
6. La extensión de un cuento, o de una novela, debe ser equivalente a su latido. En otras palabras, la largueza o brevedad trabajan en función de conseguir un efecto concreto. Si se nos ocurre ser olímpicos y nos salimos de sus límites, corremos el riesgo de echar por la borda el milagro del misterio y perder la atención de un lector que, seguramente, tiene mejores cosas que hacer que leernos.
7. Forzar una historia a contarse de una manera que no está dentro de su lógica, suele llevar a cometer toda una cadena de tristes equivocaciones. Déjese guiar por su intuición. Recuerde que una historia puede tener infinidad de abordajes. Pero solo una es la más efectiva. Confíe en la historia, en la forma en que se ha estado organizando sin que usted tenga demasiada consciencia. Verá que la historia en sí misma posee adentro el germen de todo; la estructura, el ritmo, la tensión que la favorece, el tratamiento del tiempo interior, etc. Todo está adentro, como el árbol en la semilla.
8. Todo buen cuento proporciona una experiencia emotiva poderosa. Sea erudito o no su tratamiento, el cuento debería tener un destino sencillo: emocionarnos.
9. Escribir es componer música. Y la
narrativa también funciona secretamente con el oído. Aquí llegamos al reino del
ritmo y los tonos. El oído buscará la forma de organizar todo el material de lo
narrado y detectará todo lo que obstaculice su fluidez. Por eso muchas
historias atascadas nos hacen chasquear los dedos y decir: “esto no me suena”.
“No me suena” significa “no encuentro el tono”, lo cual, en el peor
de los casos, nos indica que “no está siendo efectivo”. Es posible que el tono
sea tan importante, que determina desde qué lugar será narrada una historia, o
viceversa. Contar desde el yo, por ejemplo, desencadena un ritmo, una armonía,
y un tono, que lo distingue de las demás voces narrativas.
Sin saberlo, el narrador es, en cierta
medida, una músico, porque cada palabra escrita es la traducción
material de un sonido. La elección de una palabra combinada con otra produce
una sonoridad muy particular. Esa sonoridad pertenece a la naturaleza del
escritor, a su forma de agruparlas, pausarlas, destacarlas. Usted se
preguntará: ¿Y qué relación guarda el sonido con un planteamiento, un
personaje, una emoción, una trama? Pues bien, una palabra tiene qué ver con
otra, en la misma medida en que se comunican Do con Re, o Mi con Fa, ¡la
combinación infinita de estas ocho notas musicales producen toda clase de
armonías!
El alfabeto es una maravillosa escala
musical, y los lenguajes del mundo, asombrosas orquestas. No es poca cosa. Se
me ha ocurrido pensar que el estilo de un escritor, eso que solemos llamar “la
voz de alguien” (vemos como, una vez más, está relacionada al oído) es, nada
más y nada menos, que esa forma particular en que suena su literatura. Visto
así, el estilo resulta de esa especial elección de sonidos que destacan lo
contado. Así como podemos diferenciar la música de Mozart de la de Vivaldi, por
decir, también podemos diferenciar el estilo de Cortázar del de Hemingway. En
cualquier caso, lo mismo que la música se comunica con nuestras emociones,
también lo hace el estilo de un autor; nos conmueve, nos exalta, nos abstrae.
¿A quién no ha hecho llorar de emoción, por ejemplo, la composición musical de
Gabriel García Márquez, Clarice Lispector, o Pessoa, sin que sepamos por qué,
exactamente, estamos vibrando tan alto?
10. Encuentre el método y el ritmo de trabajo que se adapte a su personalidad y pasión, recuerde que solo usted conoce la fórmula de su disposición creativa. Hay quienes escriben a diario, en horas nocturnas, o cuando han acumulado suficientes elementos para comenzar un libro. Por más que pongamos una rosa amarilla sobre el escritorio y escribamos descalzos como lo hacía Gabriel García Márquez, o rentemos una oficina como Alice Munro, o trabajemos en nuestra obra durante 7 días a la semana sin tomar descanso ni siquiera en días festivos como Isaac Asimov, o le impongamos horas de silencio a nuestros hijos como Thomas Mann, o escribamos de pie como cuenta la leyenda Hemingway, nada nos garantiza que podamos escribir como ellos. Dirija su talento como solo usted puede hacerlo, ya que finalmente ese y no otro, es el mejor método: el que lo ayuda a fluir de acuerdo a lo que necesita escribir.
INDISCUTIBLE:
¡Contenga la urgencia de publicar un libro apenas lo termine! La corrección puede llegar a ser incluso más apasionante que su arquitectura, porque parte de una nueva libertad: la del texto terminado. Hágalo exhaustivamente, con agudeza y paciente severidad. Elimine sin escrúpulos todo lo que atente contra la fluidez y potencia de la historia, bien sea que se trate de diálogos, personajes, anécdotas, etc. Luego de su corrección, es importante la revisión de un tercero que sea capaz de opinar honestamente y traducir los efectos de esta lectura. Procure que sea un lector nada considerado. Después de todo, con los libros ocurre lo que en las relaciones amorosas: se termina muchas veces antes de terminarse realmente.